sábado, 28 de febrero de 2015

Perdón Manu

Acabo de lesionar a Manu Ginobili. Si, sé que es extraño, sobre todo considerando que yo estoy en Quilmes y Manu está jugando en Texas a miles de millones de centímetros de distancia.
Es raro, sobre todo porque yo estoy siguiendo el partido desde la pc y Manu tenía en ese momento la pelota en sus manos, pero sobre todo por el hecho de que mi certeza en la culpabilidad de la acción es total.
Días, tiempo, una nube de humo creciendo en espiral, naves espaciales, ciudades secretas ignoradas por la civilización occidental, esperanzas, todo lo que no cabe en un segundo, todo lo que escapa los razonamientos más razonables, de gente bien, de gente seria, no sé, tengo problemas para ordenar mis ideas, dudo de mí mismo, de lo que veo, de lo que siento, no puede ser real, ¿es todo real? Lo irreal, acaso, ¿no es también real en algún punto? Cosas imposibles que se cruzan por el preámbulo de la posibilidad poniendo a prueba las voluntades, las fuerzas de la tierra, los dioses, una tensión constante. No recuerdo exactamente como pasó, pero pasó. Estoy seguro. No me pregunten porque, estoy cansado de las explicaciones. La ciencia tiene esa estúpida idea de que, si no se puede probar, no es real. El derecho también la tomo, pero al revés. Inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero esta vez no. Esta vez soy culpable. Eso lo sé.
Recuerdo los ruidos. Eso más que nada. Y algunas sensaciones puntuales, en las extremidades, en la punta de los dedos, en la nariz. La gente gritaba, los Spurs perdían por 5, o por 10, último cuarto, y Manu estaba jugando horrible. De hecho venia jugando mal los últimos juegos, y yo estaba ansioso de que esta vez la rompa y se saque la mufa, pero hasta ahora esa ansiedad funcionaba justamente al revés: tipos apurados, malas decisiones y pérdidas.
TP y TD estaban poniendo el pecho, pero no alcanzaba, y faltaba el aporte del gran Manu para remontar el partido. Y he aquí que un fanático a miles de kilómetros lo estropea todo con su ridículo y cósmico deseo, y en un arrebatado ataque al aro el argentino choca y cae, y no se levanta. Se toma el tobillo. Yo me tomo la cabeza, aterrado, consciente de la atrocidad que acababa de cometer.
He aquí mi punto: la noción de distancia en la vida moderna es algo tan absurdo que solo personas estúpidas como nosotros podemos creerla a rajatabula like a rolling estone, y entrar de cabeza en un mundo cuadrado y paramétrico, leíble por una computadora (ceros y unos baby) o por Parkimedes o por Sheldon Cooper o por una persona con 1 dedo de frente que fue a la escuela y le mostraron la tabla cartesiana y aprendió que la distancia entre el 1 y el 3 es dos. Es así. El mundo medible. La vida se separa en años y distancias. Y todos adentro de la grilla a convivir cuadradamente en días, como creaciones de un diseñador de juegos de video, convenciones, relaciones de dos por dos y la mar en coche. Sumbutrule.
La cosa entonces se pone rara, porque que fui yo el que le causo la lesión. Cosas del destino, cosas del amor. Porque miré a Manu con desesperación, le pedí al cielo que juegue, que juegue bien, que sea el héroe del partido, que demuestre la magia, que represente al país y a la nación, que juegue como jugaría yo si es que hubiese nacido con treinta centímetros más.
Y entonces lo hechicé con la mirada. Miré la pantalla como la miraría un brujo. No realicé ningún ritual pero no hizo falta. Por las ganas que tenía, por cómo se dio la situación, sé que fui yo. De entre todos, yo, el elegido. El ser que destruye con la mente, destruye con el anhelo, con el deseo equivocado.
Porque hubo algo equivocado en todo esto, algo que no se debía tocar, una fibra fundamental, un disparador ultimo y peligroso que yo en mi deseo de ganar y de humillar, de verme representado en manu, de estar en sus zapatillas, de sentir la red hacer chaz! cuando cae el triple en la cara de Kobe, sentir el aro en mis dedos cuando entierro la bola adentro tirando a la mierda a Shaq, pulse ese botón, ese conjuro prohibido. Y entonces, de repente, algo en él se rompió.
Miles de kilómetros de distancia. Hullas de coyote, autos chocados, gente colgada en puentes de México, victimas del cartel, el amazonas,  la triple frontera y agua cayendo a borbotones por un accidente geográfico, entre todos ellos mi cuerpo desvanecido vibrando entre estas sustancias, como un elástico, como una bala, yo disuelto en el aire, fui y vine como un nene en un subibaja, y cuando volví y mi esencia volvió a mi carne, con el culo apoyado en el sillón y la pantalla a pocos centímetros de mis ojos, lo vi a él, solo a él, tirado en el piso, sollozando.



Se vio intervenido por mi deseo incorrecto, por mi voluntad secreta y dominadora, y sintió que yo le pedía que se lleve el mundo por delante, que se coma la cancha, que destruya a sus rivales, que queden reducidos a cenizas, que se rindan a sus pies.
Y entonces él buscó ese esfuerzo y exigió su cuerpo con dos voluntades, más de lo que este podía resistir. Y no resistió. Y en el esfuerzo por pasar a tres negros de 2 metros a puro forcejeo y saltar sobre un cuarto con la pelota en la mano buscando el cielo, en el trayecto, algo salió mal, y después solo fue el suelo, el duro suelo y el contacto con el lado derecho de su cuerpo, los ojos cerrados fuerte, gente que lo pone en una camilla y lo dirige al vestuario, los gritos que van cesando, de mil revoluciones a cero, a un silencio sepulcral y un par de médicos analizando el tobillo en silencio y mirándose con gesto preocupante, diciendo algo que sonó como “surgery” y “operation” y “at least 12 weeks”.
Y yo me desvanecí.
Me enterré en un abismo de brumas densas, en una catarata de ruidos y sensaciones confusas que se sentían como estar adentro de un lavarropas maniatado, vendado, y que le metan músicas de varios artistas distintos, Rammstein y Gilda, Sigur ros y Rachmaninoff, Katy Perry y la orquesta independiente de niños sordos de Nagpur, todas a la vez, alternando los volúmenes, vomitando ruidos, secuencias, algunas canciones aceleradas o en reversa. Caos.
Y cuando volví en mi estaba recostado en el sillón y con la cabeza mareada, hecha percha, hecha escoba, hecha sartén golpeada por vieja cacerolera que grita que se vallan todos la puta que lo parió.
Me siento raro, intervenido. Me siento culpable. Acabo de lesionar a Manu Ginobili.


(Relato extraído de "Relatos Cortos y Despiadados", Cristian Rovere, 2014, ©)

 (collage de Martin  O’Neill)