lunes, 11 de agosto de 2014

Callejon Sin Salida - Sexta parte - El nacimiento de la libreta


Sexta parte



Shhhhhhh…


Silencio

Shhh..

Escucha.

El viento sopla suave, es todo lo que existe adentro de tu cabeza ahora. Mi madre habla andes de despedirse, la calesita de vueltas y hace un chirrido, una tormenta se aproxima.

Shhh, date prisa, que el tiempo es una bomba a punto de estallar.

Te extraño. Shhh, silencio, que te extraño tanto.


Tal vez usted se pregunte en algún momento mientras lee estas líneas y secretamente me odia por hacerle perder el tiempo o por molestarlo con pensamientos confusos, quien soy yo y porque estoy escribiendo esto.

Tal vez también se pregunte porque está leyendo esto en vez de estar jugando con su hijo o atendiendo a su esposa y/o pareja, porque no se está alimentando de la sagrada luz del sol o porque no está dedicándose a algún proyecto enriquecedor, como por ejemplo pintar un cuadro o escribir una canción.

Si, a veces tardamos en darnos cuenta porque hacemos las cosas, o no queremos darnos cuenta, porque la verdad siempre molesta y nos vamos acostumbrando a hacerle caso a esa vocecita engañosa que no entiende nada y no quiere preguntas, dice que así está bien y que después se verá y después no ve nunca nada. Yo tardé en darme cuenta de cuál era el verdadero motivo por el cual escribía esto, y usted se dejó atrapar por el relato sin pensar en la esencia de leer palabras de otra persona y el impacto que las mismas tienen en su sistema intelectual y espiritual, el hecho de que alguien secreta e inconscientemente está jugueteando con su cabeza. Esta sentado, acostado, leyendo estas pavadas, hablando conmigo. ¿Por qué? ¿Qué está buscando en este relato? ¿Acaso pasar el tiempo? ¿Perder el tiempo? ¿Perderse de usted mismo en un laberinto de letras que son ajenas a su universo de ideas, un laberinto del cual no sabe la salida? ¿O aprender algo, sobre otra persona, sobre mí, sobre sí mismo? Le hago yo mismo las preguntas para ayudarlo, para que antes de seguir se tome un segundo para pensar que es lo que está haciendo.

Tiene en sus manos este material y no sabe porque. Y ahora mismo está tratando de recordar porque era que lo leía, para no quedar en fuera de juego conmigo porque se dio cuenta de que estoy tratando de molestarlo, de que, como el ser inmoral que soy, le vendo humo para confundirlo y hacerlo entrar en el estado que más me conviene para que quede atrapado en el pantano de palabras que estoy construyendo alrededor, y ponerlo a prueba a ver si está prestando atención, para ver si me viene entendiendo o está haciendo lo que le da la gana, lo cual estaría tal vez demasiado bien. Solo usted debe saber qué es lo que saca de cada texto, y que nadie le diga lo contrario. Ni siquiera yo. Y dicho eso me doy cuenta de que esto se está poniendo peligrosamente parecido a un libro de autoayuda. Aunque tal vez sea lo que necesitamos.

Así que usted busca estar preparado para mi próxima pregunta, como un arquero que se concentra antes de atajar un penal, se ajusta los guantes y flexiona las rodillas para saltar, mira a los ojos al pateador, trata de meterse en su cabeza.

Sin embargo, yo, el que va a patear el penal, tomo una carrera larga, recta, empiezo a trotar hacia la pelota a una velocidad media, y cuando llego hasta ella me freno, me quedo con la mirada perdida en el balón, casi con nostalgia y aturdimiento, e inexplicablemente, no pateo. Me quedo quieto frente al esférico, en un silencio preocupante. Me siento en el pasto y me agarro la cabeza, la escondo entre mis manos. Y ahí quedo. Y usted se vuelve a preguntar qué está pasando.

Esto se me fue de las manos y me quede mucho tiempo trabado, sin saber cómo seguir. Sé que el universo pide más de mí, sé que lo correcto sería poner todo mi empeño en sacar al dios de mis entrañas y ponerlo al servicio de mi trabajo, de mis días y de la gente que me rodea, pero no estoy pudiendo, y me odio enormemente por ello. Y odio aun mas ponerlo a usted en esta situación embarazosa.

Lamentablemente no puedo prometerle un nivel alto de maquiavelismo, ya lo quisiera pero no está funcionando así. Esto es un caos. Mi vida es un caos. Siempre creí que podría tener todo controlado pero era otra muestra de mi personalidad ilusa y testaruda. Estos desvaríos no tienen ni pies ni cabeza, ni siquiera sé porque existen, porque están escritos en palabras formadas por pequeñas letritas latinas. Me gusta pensar que estoy armando un plan maestro de la confusión, una obra de teatro perfectamente ejecutada, llena de dramatismo y misterio, pero no me lo creo ni yo.

Es mi vida, nada más. Y un misterioso impulso por ponerlo por escrito.

Infelizmente no tengo mucho para explicar (como si tuviera que explicar algo, como si alguien le tuviese que explicar algo a otras personas), fue algo que pasó de repente, una lluvia que desato su ira sin avisar, sin preguntar si podía mojar todo a su camino. Y con la lluvia y el agua, las consecuencias.

Así que yo no sé porque escribo esto, y usted no sabe porque lo está leyendo. No sabemos ni quienes somos ni porque estamos acá. Vamos bien (ironía nivel Mariano Grondona). No sabemos nada pero no le digamos a nadie, dejémonos llevar por este rio mientras ponemos cara de gentleman. Una vez me dijeron una frase que decía: “no dejes que los demás se den cuenta de que sabes menos que ellos” o “no dejes que se den cuenta que sos un pelotudo”. Una cosa así.

Usted no sabe quién soy. Hasta ahora no he dicho nada sobre mi persona, salvo algunas cosas que he soñado, otras que he sufrido, y otras voy amando. Le dejo el resto a su imaginación.

Le voy a agradecer por esta complicidad silenciosa e íntima que mantenemos, en este dialogo page-to-page, porque aunque usted no tiene forma de dialogar directa y verbalmente conmigo, yo sé que está ahí, yo sé que ahora está sosteniendo el libro en sus manos, o está pulsando la ruedita del mouse hacia abajo para que las palabras sigan surgiendo de abajo de la pantalla como una catarata invertida y así caminamos juntos sobre todas estas oraciones que tratan, en vano, describir mi día.

Gracias por todo, y buen viaje.

De nuevo el silencio.

El escritorio sigue en su lugar y mi culo sigue en la silla regulable y giratoria en la que estaba antes de que me pusiese a confabular otra vez. Tengo el mate en una mano y el paquete de yerba en la otra. Ah! Ya recordé lo que estaba haciendo.

Me tomo mi tiempo para preparar los mates. Tengo mi método y no salgo de él. Con muchas cosas me pasa lo mismo, me apresan métodos minuciosos con una serie bien definida de pasos y procedimientos inmodificables, en donde todo es cómodo y conocido, y da garantías. No tengo que pensar porque el cuerpo ya sabe lo que tiene que hacer, la experiencia se lo ha enseñado a fuerza de método y repetición, y yo miro como todo se ejecuta a la perfección cual general de ejército que mira desfilar a sus soldaditos por la avenida principal al son de las músicas patrias que suenan a lata por altoparlante pero emocionan igual y se deleita con que todos dan los pasitos con perfecta sincronía (“¡¿Después de este espectáculo a quien le puede importar un rábano como salimos en la guerra?!” – dice el capitán. “Es una obra de arte” – dice el primer ministro). Lo problemático es que no permite cambios ni sorpresas y todo es metódicamente aburrido.

Después de prepararlo, le tiro muy lentamente el agua, como metiéndome en ella, en su vapor flotante, en su contacto con la yerba. Es un momento de calma intenso.

Le doy el primer sorbo y espero.

Lo tomo tranquilo y con la mente en blanco, como si necesitase mucha concentración para degustarlo y darme cuenta si esta bueno. Es clave testear el producto antes de sacarlo a circulación, es casi una cuestión de ética fundamental, de códigos de vida. No puedo convidar un mate que esté feo.

La vida sube por esta bombilla made in china y en mi pecho se agita y se propaga, caliente, llena de campo, llena de historia y de sol. Aprieto con las dos manos el mate y doy unos sorbos más. Está bueno. Ya puedo ir convidando.
Paso los primeros mates y cosecho unos agradables “gracias” que para mí son tan importantes. A veces, en días negros, esos días demoniacos en donde no encuentro un solo motivo para vivir (oscuro como un pan de tierra, Fander), pienso que es lo único bueno de la vida, ese acto de gratitud y de hermandad entre humanos, entre personas. Compartir una comida, una familia unida, un abrazo de amigo, una caricia tierna de tu amada, un gesto de amabilidad de un desconocido. Después el resto es puro dolor, es avaricia, ambición, atropello, conflictos internacionales por avaricia internacional, guerras y vaciamiento de recursos, autodestrucción masiva. Pero un gracias, una sonrisa alegre, un niño jugando con un perro, ah, por momentos parecieran suficientes.

Después de los primeros mates me toma unos minutos volver a ubicarme en el trabajo. Parece más el living de mi casa o el patio de la escuela. Es lo lindo del mate. Ante la atenta mirada de Rihanna, un bebe enojado y Caruso Lombardi (San Caruso, ¿podrá salvarnos del descenso?), y todos los envoltorios de golosina que hay dando vueltas por ahí, me quedo pensando en nada, o en esa oficina vacía que tengo en frente.



Ricardo Caruso Lombardi. RCL, alias Smoke, Vendehumo, Richard, Carhumo Lombardi, El Gran Caruso. Uno de esos tipos que es difícil olvidar. Es su segundo ciclo en Quilmes A.C., así que ya lo conocemos bien de cerca. Hace dos años, cuando estábamos en la B y nos llevaba derecho al ascenso, negoció con San Lorenzo de Almagro para salvarlo del descenso y se fue del cervecero 10 fechas antes de consumar el regreso a la máxima categoría. Un gesto por el cual se ganó muchísimos detractores, pero él respondía, fiel a su estilo, con esa sinceridad extraña y medio a los gritos, prepotente: “¿ustedes que hubieran hecho? Pasaba a dirigir 1ra por el doble de plata”. Y tenía razón. Todo el mundo hubiese hecho lo mismo. Y encima el equipo ascendió de todas formas, por la buena campaña que había hecho Richard. Eso sí, zafando, jugando mal, empatando mucho y beneficiándose con las increíbles caídas de Instituto y Rosario Central en un sprint final apasionante con la última fecha definiéndose en cuatro partidos a la vez. Recuerdo como si fuese ayer, estar en mi casa con dos televisores a la vez, y en cada televisor íbamos cambiando partido a partido siguiendo así la cuádruple trasmisión. Finalmente Riber tuvo su desahogo y regresó a la 1º categoría con goles del francés Trezeguetet, poniendo fin a ese año indecoroso para el millonario pero inolvidable para todo futbolero argentino.

En este segundo ciclo, Caruso regresa al club cuando el destino del equipo está casi condenado. La dirigencia hizo todo mal (otra vez), trajo mucho jugador inservible (hay muchacho que se apellida Boghossian, que realmente cuesta creer que le paguen más de cuarenta mil dólares por mes por esto, no le hace un gol ni al arcoíris), le dio la dirigencia técnica a un novato que no hubiese pasado un psicotécnico en ningún lado, no le pagan a los jugadores, y bueno, así estamos otra vez al borde del descenso, siempre al filo del abismo, y luego nos salvamos solo para agonizar un año más, o peor aún, descendemos, y ascendemos nuevamente, para pasar otra temporada sufriendo, teniendo el fantasma de la muerte acechándonos en la parta izquierda de la espalda, y finalmente cayendo otra vez. A la muerte no se le escapa nada. Y Quilmes no es la excepción. Ir y venir, bajar y subir y volver a bajar, de la muerte a la vida y otra vez a la muerte. Ser hincha de Quilmes es una metáfora de la reencarnación.

Y Caruso, el Gran Caruso, agarró el fierro caliente y le dijo que si a Quilmes sabiendo que lo más seguro es que se valla a la B y mancille su fama de hacedor de milagros. En realidad hay que decir que Anibal Fernandez, presidente de Quilmes, y a la vez senador nacional y ex jefe de gabinete del gobierno oficialista, prácticamente lo obligó a que asuma el equipo en este momento complicado (el periodismo habla de que RCL decía que no agarraría el equipo, hasta que Anibal lo convocó a una reunión espontanea ¡en la casa rosada!, luego de lo cual el DT anunció que dirigiría Quilmes “porque Anibal me lo pidió”) ; es más, no descarto de que lo haya amenazado con algo, tal vez revelar alguna información, con meterle algún juicio, o directamente con mandarle la patota que tiene para que lo cague a palos, le rompa el auto o le aceche a la familia. Con esos tipos mafiosos nunca se sabe. Capaz consiguió un lote nuevo de merca o efedrina que puede vender rápido y hacer plata fácil con eso, y le prometió que le tocaba una parte si agarraba el equipo. Es jodido decirle que no a un mafioso. Una vez que accediste a su círculo, solo podes decirle que sí, o esperar que se muera.

La cosa es que sería un milagro que lo salve. No tiene jugadores, no tiene presupuesto, no hay instalaciones, hay unas internas insoportables y la dirigencia es la definición de la corrupción. Aunque se dice que RCL hace cosas inexplicables, que tiene habilidades sobrenaturales, capaz de sacar lo imposible de jugadores malísimos, capaz de resucitar un muerto, capaz de salvar a algo que no tenía cura, es más, que tenía una enfermedad desconocida y sin pronostico. Hay mucho escepticismo alrededor de este tipo, y él se encarga de alimentar esta imagen, de polemizar, de generar situaciones bochornosas para aumentar la nebulosa que crece alrededor de él cada vez más. Se volvió hermético, indescifrable. Si este señor nos salva, me lo tatúo en una nalga. Realmente seria el hijo de dios, el Mesías que hace tanto tiempo que estamos esperando.

Lo peor es que Quilmes no merece salvarse, y es algo triste decirlo (no me vengan con eso de que los merecimientos no significan nada, porque es una frase injusta; hay que reconocer y felicitar a la gente que hace las cosas bien, por más que el resultado final no sea victorioso, así como castigar al que descuida su proyecto y despilfarra sus recursos), por todo lo que viene haciendo tan mal, por ese mafioso de Anibal Fernandez, y porque juega horrible, simplemente por eso, un equipo que te hace doler los ojos cuando lo ves jugar, que tiene jugadores tan malos que no dan dos pases seguidos, que nunca armó un plan institucional para decidir qué es lo que quiere, merece irse de la mejor categoría. Quilmes hizo todo lo posible para destruirse. De hecho, y me duele decirlo, sería injusto que no descendiera. Soy Stannis cortándole las falanges al contrabandista que le salvo la vida.

Pero la verdad que últimamente todo va así de mal. Veo la decadencia y la corrupción floreciendo por todos lados como una primavera infame y apocalíptica. Lo veo en los pozos de la calle sin arreglar, en los autos que manejan imprudentemente, en los jefes que te cagan y te hacen trabajar más y te pagan menos, todo yéndose al carajo aceleradamente. Lo siento en el aire, en mi propia sangre. Y es inevitable, es una ecuación exponencial, porque parte de un mal menor para multiplicarse en calamidades crecientes. Todo es una consecuencia de un pecado original, que genera un espiral de catástrofes que nos arrastra al suelo como la gravedad que te succiona cuando saltas alto esperando volar. Y así la historia nos pone depresivos otra vez. Perdón pero es que no puedo escapar de esta idea, me tiene acorralado contra las cuerdas y no me deja respirar, no me deja levantar la cabeza sin ponerme un par de manos que me dejan mareado, estoy acorralado, no veo la luz, a menos que haya algo que no esté comprendiendo, algo fundamental que no esté tomando en cuenta. Pero es innegable admitir que si algo empieza mal, ya tiene esa mancha en su expediente, y eso hace que todo tenga una tendencia negativa. Es empezar una carrera con un grillete en el tobillo y en el otro extremo de la cadena una bola de acero negro, bien negro como una noche sin luna, como un calabozo atormentador donde solo existe tu propia voz susurrando augurios de muerte y un péndulo peinándote las ideas, las ultimas que te quedan. La historia es ineludible, porque no se puede cambiar el pasado. Y es condicionante, porque precede a la experiencia presente.

Cuando revisamos la historia que nos parió, vamos de calamidad en calamidad. Tal vez sea el método equivocado de los historiadores, marcar las épocas así, con sangre y con escombros, con victorias que no cuentan que hubo  una batalla y que alguien perdió, y perdió feo, lo suficientemente feo como para que ni lo mencionen. Siempre que uno revisa un poquito para atrás encuentra una macana gigante, algo que está muy mal hecho, un charco de sangre injustamente derramada y gente que edifica arriba de eso sin darse cuenta que está quedando todo manchado de rojo. Somos animales enfermos, dios, somos una calamidad. Dios me libre de estas páginas desesperanzadoras.
En el caso de Quilmes, la dirigencia. No quiero entrar  mucho en detalle porque si usted no es futbolero va a tratar de saltear estas carillas y tal vez se pierda algo interesante. Lo importante es que se robaron todo. Vendieron todo, y se lo robaron. Y después se fueron, dejaron el campo incendiado para que venga otro y haga su negocio.

Si vamos un poquito más atrás y nos preguntamos por el ente que permite que estas condiciones se  desarrollen y se hagan propicias para el negocio de unos pocos que lucran con la pasión de millones, nos encontramos a la A.F.A. (Asociación de Futbol Argentino, aclaración para las señoritas). Este organismo nefasto creció como un árbol plantado torcido que va destrozando la vereda y obstaculizando la calle, adueñándose de todo, retorciendo el aire limpio donde los chicos jugaban a la pelota. Prestan plata a clubes que saben que no pueden devolver, y una vez que la deuda es avasalladora, saben que tienen dominio sobre el club; crean una lealtad sometida entre el dirigente del club deudor y el prestamista; le van prestando más para seguir hundiéndolos, y van negociando como el club le va ir entregando a la AFA el poco aire que le queda; hacen negocios con la venta de jugadores, con los barrabravas como fuerzas de choque, con el ingreso de los mismos a los estadios a cambio de su utilización política, todo organizado por el padrino del futbol argentino, un señor que hace más de 35 años que está en el cargo, Julio Humberto Grondona. Delincuente. Mercenario. Usurero. Estafador.


Un tipo que hizo negocio con la dictadura, con ese mundial vergonzoso, tan lleno de silencio que aturde (la imagen del monumental lleno de papelitos me pone la piel de gallina, pero no de la emoción, sino del espanto, de pensar en la gente que en ese momento no estaba pudiendo ver el partido de la final o salir a la calle a festejar porque estaba siendo torturada, o porque ya estaba flotando en una zanja). Hizo negocio con Alfonsín, con Carlos Saúl, con De La Rua, con Néstor y con Cristina. Más viejo que la injusticia. Tan arraigado en la mierda que si cae él, caen todos. Esa es su carta de seguridad, esa es la inmunidad de la corrupción.

Y ahora, cuando el mafioso este parece estar por morirse y uno podría llegar a pensar que el mal nos puede dar un poco de tregua y volver a sentir que la pelota no se mancha, que es solo un pedazo de cuero con una cámara llena de aire adentro, y chicos disfrutando patearla y embocarla en el arco rival, ahora que parecía que el sol podía volver a calentarnos la cara después de tanto frio, asoma el hijo de Grondona, “Humbertito”, que es aún más mafioso y nefasto que su predecesor padre, pero sin toda la discreción, la diplomacia política e inteligencia estratégica y mediática que tiene su infame predecesor.



Argentina, y esta corrupción histórica que me hace desinflar como un globo. Un país tan lindo, tan lleno de recursos y gente capaz, convertido en un nido de ratas y oportunistas. Porque Grondona existe porque lo dejan, porque a alguien le sirve para hacer negocios, porque se acomoda a los manejos de los de arriba. Cuando estaba con el Turco, arregló que el futbol se privatizara y las transmisiones fuesen aranceladas (me acuerdo que ver los partidos de Riber o Boca era de ricos, y siempre había algún amigo rico que te invitaba el domingo a ver a los grandes), diciendo que no se podía regalar el espectáculo. Ahora, con Kristina, se dio vuelta como una tortilla y abaló el futbol para todos diciendo que era democrático y bla bla bla. Delincuente.

Igual no es que Kristina y Nestor son buenos y nos dieron futbol porque sintieron estaba bien. La plata que gastaron en este no tiene nombre, y con los arreglos de publicidad que habrán conseguido se armaron unos cuantos hoteles en Santa Cruz. Es otro reflejo de los negocios a los que te da acceso la política, desregulada, un vale todo donde el que no hace negocio prácticamente se convierte en una amenaza para el resto, porque los hace sentirse mal consigo mismos, los hace sospechar y pone en riesgo a todos. Y siempre pasa lo mismo, cuando cambia el gobierno y vienen nuevos, todos los que hicieron negocio antes tienen dos opciones: A- sumarse al nuevo gobierno y hacer de cuenta que no pasó nada; B- desaparecer de la faz de la tierra o afrontar juicios políticos, ya que ahora no tienen la protección que tenían en el poder. Una belleza.

Argentina mía, ¿qué hiciste? ¿Qué te hicieron? Es duro conocer todas las cosas que se hicieron mal, todo el daño generado con tanto desinterés, o más bien tanto interés personal, tanto egoísmo desenfrenado, tanta malicia, es como se debe sentir un médico forense cuando analiza el cuerpo de una niña brutalmente asesinada y se ve obligado a analizar con su ética profesional todas las heridas que sufrió y como fueron infringidas. Es terrible. Es lo terrible de la historia.

Acompáñenme un poquito para atrás: la época neoliberal vendió todo y se cagó en todo; el alfonsinismo zozobraba agarrándose de lo poco que quedo en la post-dictadura; el proceso fue nefasto por donde se lo mire, desde los desaparecidos a las Malvinas, desde la deuda externa hasta la persecución de montoneros; los años en que se alternaba un gobierno con un golpe de estado; el peronismo, ese gigante que no puede faltar en ningún análisis serio de la política argentina, ese corporativismo polémico, ese populismo, tan dependiente del líder, y que demostraba sin embargo una necesidad de inclusión tremenda; la década infame y las máscaras que una vez caídas mostraron una cara horrenda; el fin negro del Yrigoyenismo; los días anarquistas y las bombas; Rosas y la represión; Sarmiento y la masonería maquiavélica; Roca y la campaña del desierto; la oligarquía que se repartió todas las tierras y se armó chacras y casonas; la revolución de unos pocos; los Españoles y el saqueo. Mejor frenamos acá, creo que ya quedó demostrado lo que quiero decir. Mesas chicas. Estafas. Traiciones. Sangre.

Y no seamos tan ingenuos de pensar que Argentina es una excepción en la historia. Es solo lo que tengo más a mano como para hacerme la imagen. En todos lados pasa lo mismo. Las raíces del mal están enredadas en lo más profundo de nuestros días, de nuestro ADN y nadie puede contradecirlas. Casi como un esencialismo, como si fuésemos así por naturaleza y las cosas no pudieran hacer otra cosa más que oscilar entre toda la gama de posibilidades nefastas que ofrece el repertorio humano. Quisiera pensar que no es así pero no tengo armas para hacerlo, por más que intento no puedo encontrarle alternativa a esta desgracia, salvo morirnos todos, abandonar los cuerpos y la tierra mancillada de sangre, y dejar que nuestras almas luminosas encuentren el camino a casa, a la fuente, ahí donde vive dios en su casa de campo con pileta y barra libre.

Estoy escupiendo broncas de una manera que ya roza el desenfreno. Tengo que cortar el enlace que me está mandando todo este veneno. Parpadeo, cierro los ojos fuerte, me los froto con las manos (el otro día leí que llevarse las manos a la cara es una señal de nerviosismo y estrés). Ya está.

Pienso en tantas cosas que no termino de darme cuenta, pasan tan rápido que no llego a reconocerlas, pero no son como pensar, porque no las estoy visualizando, no estoy pensando en nada, está todo suelto como partículas de polvo flotando en la luz, imposibles de agarrar (díganme que alguna vez intentaron atraparlas entre las dos manos), liberado como una represa que súbitamente abre sus puertas, como una estampida de toros corneando a diestra y siniestra por las callejuelas de Toledo. Todo avanza entonces con violencia y desnudez, sin pedir permiso.

Busco bajar a tierra y noto que me toca a mí el mate. Justo a tiempo. Mientras trato de disipar el humo de esta fumatina tratando de que no descubran que no estuve aquí sino que estuve asesinando a toda la humanidad en mi mente, recorro la bandeja de mails, desestimo lo que no es para mí, marco lo importante para responder después y respondo cual autómata lo que puedo descartar rápidamente sin buscar info.

Por suerte el día de hoy viene movidito y las actividades hacen que piense menos o que lo que voy pensando no se note tanto, vamos a salir después del trabajo un rato a tomar algo, y la perspectiva de beber unas copas me resulta casi un consuelo, porque últimamente note que cuando tomo un poco me distraigo bastante. ¿Será un síndrome de alcohólico, de tipo que bebe para no pensar? Nunca me emborraché seriamente, en toda mi vida, y sin embargo, podría ser que últimamente busque salidas no convencionales al aturdimiento de mi cabeza, porque a veces todo me asfixia de una manera alarmante, tengo ganas de romper todo o de desaparecer y el mundo no ofrece esa posibilidad, no hay a donde escapar, no se puede, porque después de morir volves a otro cuerpo, a otra prisión, no hay salida.

Así que salir hoy me pone al borde del buen humor. Casi llegando al buen humor, casi tapando la esa vocecita que habla del incendio de todo lo bueno.
Sigo adelante. El día avanza y gira lentamente al ritmo de la traslación de la tierra. El sol se queda quieto pero nosotros le vamos dando la vuelta entonces el tiempo se activa y el astro pasa de estar a una altura de aproximadamente 45º a unos 75º y en ascenso, lo cual indicaría que son más o menos las 10hs.
Siento algo que no puedo clasificar entre mis pensamientos normales. Lo dejo pasar.

Y me cuenta que el domingo que viene tiene una final en el torneo de vóley y que tienen que ganar si o si para no descender, y yo le digo que saque lo mejor de las otras jugadoras con una charla motivacional (porque es la capitana y DT del equipo), y le digo que es la Caruso Lombardi del vóley, a ver si yo puedo sacar lo mejor de ella para que ella saque lo mejor de sus compañeras de equipo. La conversación por un instante requiere mi presencia y la vocecita asesina acalla. Sin embargo mi humor mordaz anda rondando, porque el paseo por las tierras incendiadas que les acabo de hacer me dejó con una vena inflada y un enojo que late y toma distintas formas. En este caso, un sentido del humor bastante particular que a mí me divierte mucho y el resto hace lo que puede por seguirlo, pero yo me rio y me gusta. Me gusta hacer chistes y reírme.

Unas risas, unos mates, y esa sensación de que estas yendo en la dirección correcta. El resto te lo hace saber, vos lo sentís de manera inequívoca cuando es cierto.

Cuando hay algo que no está bien, también se siente al toque. Aunque a veces nuestra rabia y locura hace que sigamos un poco más antes de caer en la derrota y aceptar que el rumbo estaba perdido.

Acompaño los mates con unas galletitas grasosas pero ricas, pareciera que fueron hechas exclusivamente para acompañar el mate, o al menos así nos acostumbramos a comerlas y el sabor ya sabe que es lo que quiere saborear. Una especie de conexión emocional-sensorial-gustativa. Sea lo que sea, están buenísimas.

Los compañeros también disfrutan del humor particular que genera el mate. V dice que cuando E ceba mates a ella nunca le llegan, porque está en la otra punta de los escritorios, y resulta que E es medio vago y se distrae fácil y no reparte los mates equitativamente. Yo tengo mis métodos rigurosos planeados con la tozudez y ese sentido de justicia que llevo adentro como un lema ruso de la revolución del 17’, en donde siempre la ronda va para la derecha y no se saltea a nadie. A veces, para sumarle un poco de chispa a la mañana negocio con V y Y, que tengo a mi izquierda y derecha respectivamente, para que lado va a empezar la ronda, y cada una me tiene que explicar los detalles del argumento de su caso. Me considero un juez muy salomónico, y escucho las dos posturas en silencio. La que presente su caso con más justicia, gana el juicio y entonces la ronda arranca para ese lado, dejando a la ganadora primera en la ronda, y a la perdedora, última.

Resulta gracioso, al menos para mí y mi constelación secreta de cosas que no se le dicen a nadie, cuando alguien en la ronda por algún tema de trabajo se levanta o no esta, y a mí se me rompe el método, se me interrumpe el sistema y me quedo haciendo fuerza con la mente como diciendo “¡era uno para cada uno, no me modifiquen el procedimiento!! Volvé y recibí tu mate, no me hagan esto! ¿Para que uno planea las cosas, viejo?!”. Y después me rio por darme cuenta lo ridículo de ser tan cabeza dura con un tema tan simple como una ronda de mate. Estos métodos son una ridiculez total. Una risa, pero no da. No puedo basar mi vida en estos principios tan rígidos. Me va a hacer mal.

Sigo con el trabajo. Otra vez recurriendo a los métodos estrictos, tengo un sistema de actividades, las cuales anoto en una hoja borrador y me voy listando las nuevas actividades y las prioridades. Este sistema ya se apoderó de mí, y si no tengo esa hojita con las cosas que tengo que hacer no puedo hacer nada. Es realmente gracioso de tan absurdo, pero me acostumbre a trabajar así. De modo que me dispongo a anotar las nuevas tareas que recibí en estos mails, y noto que no encuentro mi lapicera. Como no tengo ganas de revolver mis cajones o ver donde pudo quedar, agarro una del escritorio de V.

Empiezo a escribir y siento un placer instantáneo. Wow. No lo puedo creer. Dios vive adentro de esta lapicera! Aaaah que lindo que escribe, madre santa.

Es una lapicera preciosa. Siento en su latir el encanto y la simpatía de los pequeños objetos, esos amuletos personales a los que uno le toma cariño, delicados cuerpos llenos de gracia que parecieran cargados de algún tipo de magia. Sin embargo cuando pregunto de dónde sacaron esa lapicera para comprarme una igual de manera urgente, me dicen que no saben de dónde la sacaron. Otra vez cae la noche sobre  mí. Paso del cielo al infierno como una pelotita de goma que rebota mucho y muy rápido.

Averiguo un poco, la reviso y veo que no tiene marca. Esto se pone raro. ¿Qué clase de lapicera no tiene marca? No tiene lógica. Entonces viene A, y al verme preguntar por la misma me dice que se la dieron en un evento de un cliente al que asistió hace un tiempo. Genial. Significa que no podré conseguir una igual. Simplemente genial. La noción de saber que nunca tendré mi propia lapicera especial con la cual hacer dibujitos, garabatos, o simplemente escribir por el placer de escribir, de raspar una hoja blanca de papel con el trazo de mi mano y ver como su voluntad genera formas y colores, me desespera. Siento una bomba en el pecho a punto de estallar. Algo, en alguna parte, pulso el botón equivocado.

De repente me encuentro con una idea que me somete. Sin que pueda entender nada, sin siquiera palabras que atraviesen mi cabeza. Y caigo en la cuenta que no tengo opción. Soy presa de este impulso, no puedo negarme. No tengo libertad, no soy yo, me corro de la escena para no intervenir.

Sin poder dominarme, miro mis manos, sorprendiéndome de lo que hacen. Agarran una pila de papel, lo acomodan a los costados, con una tijera lo cortan por la mitad y después otra vez por la mitad, le hacen agujeros en la parte superior, y con una piola le hacen el encordado. Tengo una libreta. La abro desesperadamente y comienzo a escribir.

Hoja tras hoja, garabatos, líneas, letras, frases, angustias, la lapicera escupe colores y formas y mis manos orquestan una sinfonía compuesta por un loco, por un diablo enloquecido que recorre espacios rectangulares de papel dejándolos incendiados, llegando abruptamente al final de la hoja y dándola vuelta con rapidez maniática para seguir ese baile lleno de misterio, de frases escritas en otro idioma, de un código secreto que encierra en su rompecabezas la clave para entender el universo, la fórmula para hacer llover soles y diamantes, la llave para desencadenar todo el poder del dios alojado en mi pecho y así poder volar, meterme en los sueños de otras personas, viajar distancias infinitas en segundos. Pasan los minutos como gotas de lluvia de una tormenta furiosa. Cuando termino, vuelvo a la tapa, y escribo “Callejón Sin Salida”.



(Capitulo extraído de "Callejon sin salida - La historia secreta de un dia", Novela inedita, publicada en capítulos en este blog. Cristian Rovere, 2014, ©)