lunes, 30 de junio de 2014

Trianon


7.16

Me siento en una mesa solitaria del Starbuck’s de Bouchard y Tucuman. Es la primera vez que realizo un experimento voujerista deliberadamente. Otras veces observe gente sobre la marcha, espontáneamente, como por ejemplo cuando viajo en el colectivo mirando las ventanas de los edificios y casas tratando de pescar a alguna persona en su casa haciendo cosas con la ventana abierta, o cuando de repente empiezo a seguir a alguna persona por un par de cuadras, pensando en sus cosas, en lo que tiene en la cabeza, en sus planes, en lo que tiene que hacer ahora, pero siempre es cosa del momento, nunca planeándolo como hice hoy a la tarde, esperando mis próximas victimas como estoy haciendo ahora. Dios no lo quiera, pero tal vez sea el principio de un vicio o una enfermedad mental.

Me ubiqué en una mesa redonda y pequeña que, solitaria y sin sillas, estaba justo en línea recta a la puerta del hotel alojamiento que me propuse observar, casi aguardándome como una amante celosa que mira para todos lados nerviosa, esperando que llegue el que hace trampa con ella, el que la usa como un objeto, el que le miente pero le gusta. Todo en orden, luz verde, y ese visto bueno tan necesario cuando uno se propone algo y no está seguro si está bien y duda en seguir.

La mesa está ahí para mí, el hotel está ahí para ellos, y solo tengo que empezar. Pido una silla de la mesa de al lado, en donde hay dos oficinistas nerds con laptops hablando de negocios, me acomodo y tomo lentamente este café asqueroso con gusto lechoso y acartonado, y dejo que vengan a mí las parejas enamoradas en busca de fuego, desesperadas, ignorando que son míos, que su historia no es más un secreto sino que son los actores de una telenovela de no-ficción que mantiene en vilo al mundo entero. Y es que en realidad no buscan fuego, porque lo llevan encima, están encendidas como ascuas en la fría noche, dependiendo de su calor para sobrevivir, y lo que buscan es sosiego, agua fría, alivio, sacarse esa carga de tensión para poder vivir algunos días más.

7.17

Degustando en silencio el “café” (o esta mezcla química de elementos industriales con sabor “a”) analizo con detenimiento todo el movimiento que acontece a lo largo de la cuadra, soy un sabueso en busca de una pista, de cualquier rastro que indique actividad inusual, de miradas fugitivas en la oscuridad, de pasos apurados que buscan pasar desapercibidos.

El reloj dice que son pasaron algunos minutos después de las 19, pero el reloj vital de la ciudad dice otras cosas. La gente que se vuelve a su casa después del trabajo ya se descomprimió desde las 18 hasta las 19, y ahora se ven otros rostros en las calles, gente que va a hacer cosas determinadas, no son movimientos azarosos; el turista ya está en el hotel preparándose para la cena show de tango, el oficinista se desmaya en su sillón con un cacho de pan con queso en la boca, las amas de casa preparan la comida. ¿Y el resto? Eso mismo voy a averiguar. Las almas que deambulan a esta hora no son rutina, son aventura.

Siento con una delicadeza suave el instante de calma antes de ese momento súbito donde los hechos finalmente se desenlazan y el misterio se agita y desaparece. Palpito la situación inminente, saboreo los segundos como Proust a esa magdalena, me reclino en la silla y espero.

Hasta que de repente las veo. Mis primeras víctimas. El tiempo parece detenerse en sus cuerpos. Le puse stop a la imagen y tengo todo el tiempo del mundo para inmiscuirme en sus secretos, en los detalles de su amor.

Una pareja de chicos jóvenes se besa apasionadamente en la puerta de Trianon. Se agarran, se manosean, se besan, luego se dicen cosas al odio. Afuera sopla un viento impresionante que hace que vuelen sin parar hojas de los plátanos que están sobre Bouchard, parece casi un tornado y hace mucho frio, pero casi puedo escucharlos susurrar. Están pensando si entrar o no. Finalmente, luego de esos instantes deliciosos de duda, se van caminando rápido hacia Viamonte. Parece que él no pudo convencerla que falte a la facu. Se va a quedar caliente.

7.19

Mientras aguardo con ansiedad que la trampa de oso que puse en la puerta finalmente se active y agarre a dos confabuladores, estudio el movimiento de la cochera del hotel. ¿Quién la controla? ¿Quién la abre y la cierra? Siempre parece estar lista cuando un auto o camioneta interrumpe su recto rumbo por la calle y vira a la derecha entrando secretamente a ese negro túnel cual batimovil a esa baticueva entre los matorrales, cruzando la cascada, sin ser visto por nadie.

Veo por primera vez entrar un auto. Es un gol, o algo así, es un auto chico (siempre fui malísimo con las marcas de los autos, de lo cual siempre estuve muy orgulloso). Atrás de ellos, como envalentonado, entra una especie de minicamioneta, tipo Ecosport, negra, o más bien gris. Veremos cuanto tiempo tardan en salir.

7.21

Se abre el portón. Un no veo salir a nadie, pero espero. Me pregunto cuanta gente estará ahora mismo arriba. Miro la estructura del edificio y reconozco una configuración de dos habitaciones frontales por piso por las dos ventanas medianas cubiertas de cortinas que hay alineadas sobre la pared de pintura gris. Hacia arriba no cuento más de tres pisos. Lo que me faltaría saber es cuantas habitaciones más hay a lo largo, pero no debería haber más de 4.

Me imagino las parejas cruzándose en los pasillos, luego de hacer y escuchar ruidos por todos lados, pensando si te escucharon o si serán aquellos desaforados que se sentían al lado. Momento incomodo, aunque divertido, si se tiene el humor.

7.22

Acabo de pescar a la primera pareja que se anima a entrar por la calle, caminando. No entiendo porque deberían “animarse” en vez de simplemente hacer el amor como, en donde y con quien quieran. Pero la sensación que recibo es esa, como de delito, un salto por encima de la cerca de la moralidad, pasando al lado oscuro, al lado prohibido. Esta sociedad (en realidad cualquier sociedad) pone cercos por todos lados, nos restringe, nos obliga a andar saltándolos. Los más atrevidos los derriban a patadas y crean nuevas zonas liberadas, nuevos prados donde no hay reglas y todo vale igual, aunque atrás viene la policía de lo correcto y las buenas costumbres a arreglar los cerquitos y poner nuevos, lustrados, pintados de un blanco inmaculado, con carteles de “pintura fresca”  y “no traspasar”.

Ahora que los veo bien recuerdo haberlos visto hace cinco minutos, caminando despacito por la cuadra, como pensando. Tímidos los dos, agarrada ella del brazo de él, caminan lento, se ve que la decisión de hace dos minutos se hace flan en la entrada. Finalmente, luego de aminorar la marcha cerca de la puerta, se animan a subir los tres escalones que conducen al umbral. Los veo entre las plantas y el vidrio borroso hablar en el mostrador. Nailed it.

7.24

Sale finalmente una camioneta nueva de la chochera. ¿Tres minutos tardaron en subirse al auto y salir? ¿O se estaban despidiendo en la puerta del auto y esa despedida se hacía difícil, larga, volvemos a entrar, no, no puedo, dale solo un ratito, no te dije que tengo que estar en casa antes de las 8? La camioneta la maneja un tipo solo, un viejo canoso, trajeado. Raro. La amante habrá salido hace media hora para que no los vean juntos, o todavía sigue adentro.

No conozco de estas mañas, así que cada actitud es un mundo nuevo para mi atención hiperactiva. Ahora no voy a descansar a hasta ver a esa mujer salir. Le acabo de poner el cartel de buscado, y soy un sheriff implacable, no tengo compasión. Sin olvido ni perdón. Clint Eastwood un poroto al lado mío, tengo el sentido del deber grabado a fuego en la piel, tengo a Sherlock Holmes en la sangre. ¿Y si sale en otro auto con vidrio polarizado? Debería poder verla desde el vidrio frontal, pero no será fácil.

7.30

Sale una pareja. Es la primera que veo salir a pie. No salen de la mano. Ella se adelanta, lo deja rezagado. Él la sigue de atrás, cabizbajo. Se van caminando y de repente hace mucho frío. Los pierdo cuando un colectivo me obstruye la visión, porque justo para el semáforo y cuando pone verde y el colectivo se va, ellos ya no están. Eran jóvenes, alrededor de 25 años, 28 tal vez. ¿Porque no salieron contentos? ¿Alguna palabra equivocada, algún destino que toma caminos separados?

7.33

Entra otra pareja caminando. El de traje, ella también ejecutiva. Parecían rondar los 35. Me suena una escapada de oficina, por la ropa, y porque vienen caminando. Medio distanciados, tal vez para evitar ser vistos juntos por algún colega. Él va medio desganado. ¿Qué clase de arreglo tendrán? ¿Será ella la jefa, será él un gerente en ascenso? Me muero. No creo en esas cosas porque no me entran en la cabeza. Pero pasan.

7.34

Veo entrar otra pareja. Es la tercera que entra caminando, la cuarta en total, en los 20 minutos que van del experimento. Esta vez fue especial porque los vi, les saque la ficha apenas los sentí llegar. Los intercepte en la esquina y ya supe que iban a entrar. Se nota que no eran ofinistas ni gente de plata, por cómo van vestidos, informales, ella con un morral, el con una mochila negra, jean gastado los dos. Iban cuchicheando, agarraditos de la mano, enamorados, calentándose, luchando contra el frio; iban riendo, descontracturados, eran jóvenes, no más de 23 años, estarían algo nerviosos pero no mucho, estaban con ganas de entrar rápido.

7.37

Entra una camioneta gris. A pesar de que no eran vidrios polarizados, no llego a ver a los tripulantes. No tengo mucho ángulo para ver de frente la entrada de los autos, pero si acceso directo a la puerta frontal. Sin embargo, es justamente esa aura de secreto y temor la que hace que entre más gente en auto que caminando. Pero hay algunos que se mandan igualmente, pintó y buscaron un lugarcito cercano y adentro.

7.40

Entra un auto blanco, un Neon. Este si lo sé. Fue el único auto de los que veía pasar por la calle que me gusto lo suficiente como para interesarme y preguntar que marca era.

Es llamativa la cantidad de gente que va circulando, entrando y saliendo de Trianon. Debe ser un buen negocio poner un lugar así. Y sería definitivamente divertido y entretenido. Sería el poseedor de un montón de secretos de la gente, peleas, discusiones, aventuras, romances prohibidos. También conocería las tendencias y hábitos en la materia, las voluntades ocultas de los habitantes de la zona.

Conocer los secretos de alguien es tener acceso a un lugar preciado para este, algo que le importa preservar, mantener a salvo. De esa manera podes saber una parte trascendental de su forma de ser, de su identidad, de sus necesidades. En psicología, que es la ciencia que estudia la forma de pensar de las personas y los sistemas identitarios, el 90% se habla de sexo. Así que ser dueño de un lugar así sería como conocer la verdad de la sociedad. Me pregunto si hay estudios sociológicos al respecto.

7.42

Sale una pareja caminando. Él de traje, 45 años aproximadamente, tenía el pelo engominado, parecía ser algún tipo de gel. Eso me da la pauta de que es un tipo que tiene muy calculada la imagen que quiere dar de sí mismo. Machista. Con estas cosas no suelo equivocarme, es como un don que tengo.

Ella también rondaba los cuarenta. Salieron riendo, el dominador y ella algo tímida, con la cabeza gacha. ¿Temería que la reconocieran? Parece solamente pensar en irse de ahí cuanto antes, está cargada con una especie tensión nerviosa. Me dio la sensación de que eran amantes, y de que ella cagaba a su pareja que estaría en otro lado, pensando que ella también esta en otro lado.

¿Tendrían hijos? ¿Cómo hace para mirarlo a la cara? Ella evidentemente busca algo más, o tal vez se vio envuelta en una situación de seducción de la cual no tuvo la fortaleza de salir. Cuando pienso en divorcios siempre trato de repartir las culpas, y agrego también entre los participantes a la sociedad y su sistema monógamo deficiente. Obviamente es una relación desgastada. Pero igual me parece raro. Ella estaba contenta pero a la vez avergonzada. ¿Lo querría al otro también? Tal vez alguna vez, y ahora ya no.
El café se me está enfriando. Encima que estaba feo antes, ahora casi frio esta repugnante.

7.45

Estoy mirando atentamente la entrada del lugar. Afuera se ve el viento haciendo flotar las ropas, pelos y carteras de los caminantes, que ponen cara de fuerza y entrecierran los ojos para que no les entre la ráfaga de aire. Sigo mirando el frente del recinto, como nadie vive ahora por la implacable calle miro para arriba a ver si encuentro algún rastro de actividad. Las ventanas están todas bien cerradas y herméticas, con unas cortinas oscuras que no dejan ver nada. Recién vi que alguien corrió la ventana y volvió a cerrarla. No alcancé a ver ni la mano, que lastima.

7.46

Salió una pareja. El de traje (otro oficinista, casi sin duda decreto que son el público principal de este complejo, los que lo abrieron, los que lo mantienen vivo), joven, rapado, de buen porte. Hay olor a gimnasio, y sabemos lo que eso significa. Ella bonita, flaquita, vestida de jean y remera de manga larga, tiene frio, esta desabrigada. ¿No sabía qué hacía frio? ¿O salió rápido, apurada, y no alcanzó a agarrar nada? No me cierra que haya salido tan desabrigada en un día así. ¿Qué situación precedió a la salida hacia el hotel? ¿La habrá obligado a ir desde alguna oficina?

Cuando salieron se besaron y abrazaron en la puerta, salieron contentos. Pero cuando llegan a la vereda se separan. Ella le dice algo y el levanta los brazos y los hombros en señal de impotencia o molestia. Se dicen algo y a la felicidad se la lleva el viento dejándola a ella fría y sola caminando hacia la esquina de Tucumán, con los brazos bien estirados y los puños apretados, como haciendo fuerza. Él se va con su saco y maletín hacia Viamonte sin piedad, ofuscado. Las mujeres son unas hincha pelotas. Y los hombres son todos iguales, histéricos, señoritos caprichosos, insensibles. A veces parece que los géneros opuestos están condenados a la incomprensión y la desazón.

7.48

Se abre el portón. Sale una camioneta gris. No llegue a ver a sus pasajeros. Tampoco la vi entrar. Estarían hace más de una hora. ¿Tan temprano salieron de la oficina? Gerentes seguramente, esta gente con horario especial, hacen lo que quieren, y al final los termina consumiendo el puesto y cagan a la mujer y tratan mal a los hijos.

Se me acabo el café. Necesitaría más, pero no puedo quedarme mucho tiempo, tengo que estar en otro lado a las 8:30. Tal vez tenga que repetir el experimento para descuadrar mejor el patrón de comportamiento.

Sin embargo estoy encantado con el proyecto, con esta dulce esencia del secreto en mis labios. Es como si una abeja hubiese descubierto una nueva flor que ninguna otra conocía, y que tiene un sabor particular, inusual, sin clasificar. Me absorbe la idea de apoderarme de algo que para los otros es íntimo y también vital. Algo tan personal como ir juntos a un hotel a devorarse, a experimentar algo extremo, a descargar la naturaleza salvaje que la sociedad parece contrariar y reprimir, y ser yo ser testigo de eso, me vuela la cabeza.

7.53

Entra una pareja de chicos jóvenes. Los vi caminando desde media cuadra y se podía advertir que dudaban, su caminar no era seguro. Pero estaban los dos encapuchados y parece que tenían frio (como no tenerlo con este viento), y casi me da la sensación de que eso los impulso finalmente a entrar, un lugar calentito en donde estar tranquilos.

Eso y amarse con locura y que ese fueguito que prendieron juntos arda en una hoguera descontrolada que los envuelva a los dos y los consuma, los haga desaparecer de este mundo frio y lleno de dolor, y de sus cenizas los haga resurgir y los devuelva nuevos, unidos en un solo ser. Al menos por unas horas.

8.00

Entra otra pareja caminando. Esta vez no hubo dudas. Él de camisita y bien formado, mucho gimnasio, casi puedo ver esa expresión seria y confiada de un tipo que lleva la delantera. Ella menudita, vestida de negro, no llegué a verla bien. Iban de la mano, a paso seguro, pero de alguna forma se parecía a esas lecciones de César Millán que enseña que el amo debe guiar al perro por la calle, debe llevar el mando de la marcha, y así el can se portará bien en esos difíciles paseos por la vereda.

Él llevaba un bolsito en la mano. ¿Ropa de gimnasio o juguetes sexuales? Ella iba muy sumisa agarrada de su grueso brazo. Me preocupo. ¿Debería ir a detenerla? Le van a hacer daño. Odio a los tipos machistas. Por ser de otro sexo, no puedo imaginarme como es el acto sexual para las mujeres en una relación vertical. Debe ser casi como un deber, como una tarea que hay que cumplir, hacer todo lo que él quiere, sin chistar, dejarlo satisfecho, y por fin, cuando él termine y no pida más nada, ella respira, aliviada.

8.02

Después de casi una hora de ver gente entrar y salir de un albergue transitorio (como así se identifica a sí mismo el lugar por medio de una plaqueta discreta en la puerta) es notoria la técnica que se utiliza para el ingreso/egreso: es un caminar medio distraído, como hacerse el boludo, como ir caminando tranquila y plácidamente hacia un lugar, hacia alguna tarea o trámite que se debe realizar con diligencia, y de repente opa! Dónde estoy? Que es esto? Que paso?! Dónde estamos? Algo así, desaparecer en el acto. Es como cuando Harry Potter entra a la estación King’s Cross atravesando la puerta secreta en la columna de la puerta 9 y 3/4; nadie se tiene que dar cuenta que estas entrado, cuando caminas tenes que actuar natural sin que nadie note que estas tramando algo, pero de repente no te ven mas, no estás. Nadie te vio entrar. No existís. Adentro, en esa hora, no sos nadie, es un bache en el tiempo, un rincón oscuro, una escapada a la vida llena de rutina, familia y buenos modales. Ahí adentro podes ser lo que vos quieras, lo que te salga ser, a nadie le va a importar, nadie se va a enterar. Excepto yo.

La salida es aún más llamativa: tenes que emerger como de la nada, pero esta vez no tranquila y plácidamente, esta vez es como una huida disimulada, tenes que reaparecer desde otra dimensión y caminar con un ritmo vivo, como si lo vinieses haciendo hace media hora; hay que evitar rápido el contacto visual de las personas de la cuadra, y llegar rápido a la esquina para perder a todos los posibles curiosos. Cuando se da vuelta la esquina se entra inmediatamente en zona segura, porque la persona que se cruce no sabrá de dónde venimos. Se camina rápido y con la cabeza algo gacha, como alguien que huye de algo, como si te hubieses robado algo bien chiquito e insignificante de un tienda y te queres largar de ahí lo mas rápido posible, y que no te descubran. Curioso, casi como un delito. Es que ahora que lo pienso, el 80% de las personas que entraron me parecieron tramposos. Que cochinos.

8.05

Se abre el portón. ¿Quién sale? Un auto blanco. Polarizado. Bien nuevo y lujoso. No era el Neon. La noche se cierra y los caminantes escasean. El viento es el amo y señor de la noche, pero desde el otro lado del vidrio, en este inhumano Starbuck’s cada vez más vacío la escena parece salida de una película muda, pero entretenida.

8.08

Veo levantarse nuevamente el portón, pero el auto que está por salir se hace esperar. En los últimos minutos el que maneja la compuerta tuvo más trabajo que un empleado de Automac. Está saliendo toda la gente que entro a las 6 y media. Pero la actividad no se detiene, salen pero entran nuevos. Haciendo luces se cola atrás un Mercedes blanco que ingresa rápidamente. ¿Les da tiempo a limpiar la habitación?

8.09

Justo cuando sigo la salida de un auto azul oscuro, miro hacia arriba y veo una cortina que se corre. Abrieron el vidrio y también la persiana. Se vio absolutamente todo. Chismosos y dementes como yo nos regodeamos con situaciones así, me rio, me desespero, me levanto levemente de la silla para observar bien. Es una especie de Happy Hour. Un momento de gloria, de vale todo, zona liberada, tengo que sacar una buena tajada de este regalo.

Lo primero que veo es una mano pequeña atada a un brazo fino y pálido, que despeja la ventana para que entre aire. Sin embargo no llego a verla a ella, ni a él, que debe estar acostado en la cama, por el ángulo que tengo solo se ve la pared del fondo y el techo. Los muros del lugar estaban bien decorados de colores cálidos, bordo y beige, y luces bajas. Miro inquieto con los ojos bien atentos, esperando ver a los sujetos, ruego al cielo que no me deje plantado acá, estando tan cerca. Finalmente, desde el abismo se acerca una joven para rescatarme de este anhelo. Aparece una chica, bajita, no llego a verla demasiado bien, tendría unos 28-30 años. Tenía puesta una musculosita blanca. Se apoyó un segundo con los dos brazos en el marco de la ventana, con la mirada algo perdida, evidentemente para tomar aire, debería hacer bastante calor adentro. Sin embargo una ráfaga de viento de afuera le cuenta del frio y del mundo inclemente de afuera, de esas miradas molestas de la gente. Su aparición fue fugaz, y cerró rápidamente la persiana.

8.14

Con este último acto me doy por satisfecho. Justo cuando me tenía que ir, me encuentro con este regalo. Al cerrarse la ventana, me doy cuenta de que la luz verde que tenía al principio se acaba de poner amarilla. Me doy cuenta de que el momento cesó. Estuve en el período justo, todo se dio como se tenía que dar, pero hay que saber cuándo frenar. Igualmente ya me tenía que ir. Redondo.

Justo cuando hago mi última mirada, veo salir al miso auto negro que vi entrar primero, el de las 7.17. Justo una hora.


(Relato extraído de "Relatos Histericos", Colección inedita. Cristian Rovere, 2014, ©)

domingo, 22 de junio de 2014

Callejon Sin Salida - Quinta parte - Los buenos días

Quinta parte

Los buenos días

Soles de otros planetas, en lejanos sistemas de asteroides y galaxias dan sus vueltas eternas y destellan amaneceres y atardeceres en arrebatos de colores desconocidos y marcan los días y las noches de los distintos calendarios conformados por todos esos extraños seres que la ciencia ficción se obsesiona por recrear y que las religiones de turno se empeñan en negar (directamente ni siquiera quieren que pensemos en cualquier otra forma de vida más allá de lo que ellos llaman “dios”, y no aceptan preguntas, de ningún tipo, como Ramón Diaz en conferencia de prensa, muy de cagón la verdad).

Mientras todos esos mundos lejanos se desarrollan y acontecen concentrados en su propio tic-tac, meto la mano derecha en mi bolsillo derecho, agarro la tarjeta magnética que se usa para marcar la entrada y abrir la puerta de vidrio, y al acercarla al lector laser escucho ese ruido eléctrico que hace el dispositivo que libera el pestillo de la cerradura. Cientos de fuerzas en movimiento a niveles completamente absurdos, abstractos de tan incoherentes para nuestro humilde entendimiento, ocurren en este mismo instante, y aunque la oficina parece dormida, el suelo lineal y aburrido, y todo se ve en calma cuando atravieso lentamente la entrada, en realidad estamos volando a miles de kilómetros a través del negro espacio, bajo la solemne luz de nuestro sol y otras estrellas lejanas que adornan el paseo, o al menos eso es lo que nos enseñaron de chiquitos, pero de una manera tan ineficiente que por alguna razón no lo recordamos a cada segundo de nuestras vidas sino que lo dejamos de lado, y lo reemplazamos por nociones más superficiales y espiritualmente intrascendentes como creer que ser lindo y tener novia es lo más importante del mundo, o que tu equipo de futbol tiene que ser mejor que el de los demás y los tenes que cargar si pierden o se van a la B, y tenes que alentar siempre a tu equipo en las buenas y en las malas.

Nociones estúpidas tales como trabajar y ganar un salario y gastarlo rápido y sin pensar y esperar el próximo con desesperación y agonía.

Supongo que a esta altura de mi vida el hecho de tener que trabajar ya está instalado en lo profundo de mi imagen de lo que debe ser la vida, como un tatuaje que nos hicimos hace tiempo y ya ni recordamos en que circunstancia pasó ni qué significa, es algo que está ahí y nos acostumbramos a no acordarnos porque era que lo hicimos, un viejo habito que la sociedad reproduce de padre a hijo (papá siempre decía, con una cara de seriedad sufrida “hay que valorar lo que les compramos, porque cuesta mucho trabajo, yo me rompo el lomo todos los días para comprarles estos juguetes” y nos hacía sentir tan mal, pero nosotros no entendíamos muy bien, si todo era felicidad y diversión, ¿porque nos retaba, porque se preocupaba tanto?), se clona de representación en representación, porque es lo que hace todo el mundo y las representaciones sociales se arman de manera conjunta (aprendido en Goffman, Psicología Social, pero sobretodo me resuena el Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein, leído en Epistemología, cátedra Martyniuk) entonces parece que no puede ser de otra manera, que es el deber de cada uno para con la sociedad, trabajar y pagar los impuestos. Para mí siempre fue así, había que bancárselo estoicamente, el trabajo hay que hacerlo y se hace, y punto.

Cruzo la puerta de vidrio y me detengo un segundo antes de seguir. Respiro el aura de la oficina como un campesino que se para frente a su chacra al despuntar el día, cuando todavía el sol coquetea con los últimos pastos del horizonte lejano y el cielo recuerda los tonos de la noche, y siente como ese aire especial de la tierra y el rocío le llena los pulmones hasta el fondo de su capacidad y aún más allá, le llena el alma y otros rinconcitos del cuerpo, y después lo exhala lo más lento que puede, satisfecho, expectante, sabiendo que hay una jornada larga por delante, y grita para sus adentros “¡enhorabuena! por  poder tener trabajo, pan en la mesa para los críos, un merecido descanso al final del día y la satisfacción por el trabajo realizado”.

Recorro el recinto con la comodidad de alguien que conoce hasta los detalles más ridículos de la escenografía por haber estado actuando en estos tablones tantas funciones, pasando tanto tiempo aquí, como parte de mi trabajo, mis cosas, mi paisaje cotidiano; soy un actor que aprendió bien su papel, y lo ejecuta con pasión, sin que se note realmente que hay detrás. La alfombra gris ensamblada en cuadraditos, los sillones de cuero negro de la entrada, las luces dicroicas, los escritorios llenos de papeles, vidas acumuladas en sillas reclinables y en proyectos, ventas y compras, presupuestos y conciliaciones. Con mi dedo índice voy rozando muy suavemente la superficie de todo lo que está al alcance de mi mano derecha, imaginando otras cosas que no llego a poner en palabras en este estado de ebullición sensorial mezclada con silencio, basta el solo contacto de la yema de mis dedos y cualquier otro objeto para adentrarme en sus pensamientos y conocer sus angustias y devociones, y no me vengas con Kant y su teoría de que solo podíamos conocer lo que nos era conocido, o algo así, yo puedo ser todo, puedo entender una roca, un sapo, una impresora, porque fui árbol, fui agua, fui materia primigenia. (Ahora que lo pienso, el teorema de Kant podría aplicarse, porque puedo entender estas otras cosas porque alguna vez fui como ellas, solo que no es válido de la manera que él lo imaginaba, con la experiencia personal como base de todo entendimiento humano).



Igualmente el contacto visual con otras personas conocidas me hace bajar un cambio, aprendí a aterrizar de tanto paseo por las nubes, a caminar en el mismo suelo en el que caminan todos y poder conversar sobre cualquier tema sin ser acido o venenoso. Como sé que las personas normales no conviven con este tipo de razonamientos, trato de deshacerme de ellos momentáneamente porque en el trabajo hay que ser serio y estar atento a lo que hace falta y a que nadie te pisotee porque todo se negocia, así que agarro todos esos pensamientos que se arremolinaron en estas primeras horas del día y los comprimo en un archivo .zip que mando a una carpeta adentro de otra carpeta adentro de otra carpeta en el rincón más olvidado de las carpetas de Mi Pc. Igualmente sé que esos pensamientos son como linces enfurecidos que tarde o temprano se cansan de que los trate de recluir y empiezan a rondar lentamente de nuevo en los bordes de mis pensamientos primeros, esos que están a flor de piel esperando salir, esperando ese pie o esa frase que lo deje ahí picando para hacerse verbo apalabrado, y si alguno me agarra violento o sacado los linces saltan con las garras afiladas al cuello y empiezo a decir cosas hirientes, verdades maliciosas e ideas raras que ponen incomodo a todo el mundo, empiezan a mirar con los ojos bien grandes y se quedan callados, como diciendo “este pibe está loco”, o se estallan a carcajadas, como diciendo “que loco que está este pibe”.

El hall de la oficina se muestra vacío y tranquilo y lo recorro con los ojos de punta a punta, trato de no hacer ruido para no despertar a los muebles dormidos, a las plantas de la recepción que recién se están despabilando, “otra vez a laburar” la escucho susurrar a una. La recepcionista aún no llegó porque todavía no son las 9, así que me acerco lentamente a los otros sectores, escuchando los pocos sonidos que rebotan solos y se distinguen felices, coloridos, sabiendo que los estoy mirando despacito.

Me gusta llegar a la oficina algo temprano, porque puedo desayunar tranquilo y poner mis papeles en orden sin apuros ni sobresaltos, armarme un listado pequeño de tareas, en un papelito chiquito y cuadrado, de esos que vienen en cuatro variantes de colores pastel.


Una vez que tengo el chip laboral activado, no tengo problemas en desempeñarme como un trabajador modelo (tampoco soy uno de esos “empleado del mes” que transpira la camiseta y se queda después de las 6, por lo que les decía antes de los cerdos capitalistas que nos exprimen las ganas de vivir por dos pesos, y todo eso), soy lo que se diría un “buen empleado”, no doy vueltas y trato de sacarme los temas rápidamente. Ayudo a mis compañeros, liquido mis asuntos y a otra cosa mariposa.

Me asomo a donde están mis colegas de sector y veo que solo llego S. Tengo un silencio denso atragantado en la garganta y la verdad no me muero de ganas de conversar, pero de alguna manera tengo que empezar a hablar después de tanto callar, después de esos torbellinos de pensamientos intrincados que azotan mis mañanas pero se quedan siempre adentro, se resisten cuando quiero decirlos, mandarlos a probarse allá afuera donde las otras ideas están jugando al sol, habría que ver si se la bancan en un mano a mano con las demás doctrinas que andan dando vueltas por ahí, bravuconeando a las nociones  más flojitas. Ensayo un “buen día” que sale entrecortado, como las palabras de un recluso que estuvo años sin hablar, pero bueno, es lo que hay.

Mi escritorio es un abanico colorido de elementos mágicos, extraños a todo lo relativo al trabajo, una aberración para el método japonés de las 5S, pero es lo que me mantiene con vida entre tanta abrochadora, resaltador y sacaganchos. Muchas veces generaron preguntas entre los otros empleados, del tipo “¿Por qué pegas envoltorios de caramelos en el respaldo?” o “¿Por qué tenes colgada una hoja seca entre tus lapiceras?”. Pero cuando empezaba a contestar todo se entendía cada vez menos, así que llegamos a un entendimiento tácito donde ellos no preguntan más nada y yo no explico más nada tampoco. Son cosas que puse ahí, porque quedan bien, tal vez.

El resto de mis compañeros aún no llegaron, todo el mundo se lo toma muy tranquilo porque no ponen mucho límite con el tema horario así que van cayendo a medida que van pudiendo salir de la cama. Mientras tanto disfruto de un rango de decibeles bajo para ir aclimatando de a poquito la mañana que se va inundando de sol de una manera hermosa. Thom Yorke cantaba “everything is in it’s right place” y en estos momentos parece tener razón, mientras el dios del Pity se deposita suavemente en las terrazas y las copas de los árboles y la tierra gira reposadamente para que la luz solar se distribuya democráticamente, un poquito para cada uno.

Mi nueva compañera, Rihanna en la nieve, me mira mientras los copos blancos que flotan en la foto fuera de foco la hacen, aunque parezca increíble, aún más bonita. Me mira, me dice buen día, me pregunta cómo me fue en el viaje y yo le cuento que bien, que vi un lindo amanecer en el puerto y que no me hice mucho problema por la injusticia del mundo ni por la futilidad de la existencia (es un poco mentira pero a ella no le voy con quilombos, trato de mostrar un aire de seguridad, es una chica difícil de conquistar). Obviamente M no sabe nada de esto, no puede saberlo, se acabaría nuestra historia secreta y tendría que poner una foto de M enojada advirtiéndome las consecuencias de no entregarle todos mis segundos. Ella sabe soy suyo y que no puedo darle todo, pero lo exige igual como para marcar una pauta de conducta, lo cual es gracioso para mí (porque es algo ridículo, ¡imposible! No podría hacerlo ni aunque quisiera) hasta que se convierte en una escena que me tengo que fumar y remar como el gentleman que soy. Pero Riri aún no sabe nada de M y no tiene por qué enterarse, y así nuestra historia continua firme como una montaña nevada, habitada por una esquiadora sexy que parece un ángel caído del cielo, llena de elegancia, con una sonrisa adictiva, con una frescura digna de un niño de seis años, y una delicadeza que alcanza la gracia de un artista renacentista iluminado por la esencia de la vida.

Yo la miro esquiar mientras acomodo mis cosas y elijo la música que vamos a escuchar yo y S por un ratito hasta que empiecen a caer los otros compañeros, tan susceptibles a escuchar cosas suaves y melancólicas. ¿Cómo alguien puede molestarse por escuchar a Ismael Serrano o Nick Drake? Esos susurros acompañados por una simple guitarra y el espacio, el aire que entrelaza esos dos sonidos amplificándolos, enalteciéndolos, haciendo que esa comunión musical atraviese el campo como una flecha y nos haga cosquillas atrás de la oreja, nos deje perplejos, pensando en que tenemos que buscar el amor en el mundo pero con tranquilidad y sensibilidad. ¿Cómo pueden decir que esta música es para, y cito, “pegarse un tiro en las bolas”? Supongo que estas cosas hacen de las personas cosas tan misteriosas, sin lógica, sin patrones. Pero a S le gustan otras canciones y se banca algún canto tristón, algún oldie de los 70’ que a mí me encanta poner a esta hora porque es ideal para empezar el día, se llevan tan bien con el sol de la mañana o una lluvia de 5 de la tarde, y aparte es como volver en el tiempo y vivir en un mundo más simple, donde los colores son menos chocantes y se usa pelo largo y desprolijo, así como te queda cuando te levantas y no hay que preocuparse por emparejarlo. Ante la dulce mirada de Rihanna, armo un compilado de James Taylor, Kenny Rogers, James Holden y Willie Nelson, la mañana arranca suavemente y el trabajo que hay por delante parece una tarea agradable y apacible. S escucha las primeras estrofas de “Handyman” y me dice “haaay que liiindo” como dándome a entender que hacía un montón que no escuchaba esta música pero yo no termino de procesar esa respuesta, solo estoy mirando a Rihanna esquiar en bellos círculos por la nieve suave recién estacionada, escribiendo mi nombre con sus esquíes. De repente se frena, se da vuelta y me sonríe, y yo me recuesto en la silla de la oficina y por un segundo no pienso en nada más.


Algo inesperado, repentino como una escoba que se cae y hace un ruido súbito y agudo, me absorbe, me revuelca y me devuelve a modo de ola marina que te agarra de lleno, se hace un buche con tu cuerpo y te escupe a la arena cual envoltorio de caramelo hecho un bollito. Estoy algo desconcertado, pero al capitán que maneja este buque parece no importarle. Creo que acaba de poner piloto automático y se vino conmigo a ver a Riri esquiar.

Con estas cosas puedo volver a creer que se puede apagar el dialogo interno y tener un poquito de paz de estas palabras que se autoreproducen adentro de nuestras cabezas y nos hacen ser peores personas.

Pasan unos segundos largos. Después de ese golpe, que me desestabilizó nuevamente, tengo que rearmar la barcaza de mi mente con los restos de madera que me trae la marea. Alguna palabra aparece con el reflujo del agua y la atrapo como se atrapan a las mariposas en primavera, saltando a los manotazos, y con esos retazos vuelvo a ponerle letras a los pensamientos, esos traviesos animalitos que rondan juguetones mi picnic sensorial, allá en el fondo del valle de mi paisaje interior, donde estaba tomando un té con masitas con el Flaco, mientras le mostraba como se deslizaba Riri bajando en espiral por los cerros circundantes. Pero esos animales, ahora armados nuevamente de palabras entrelazadas unas a otras parecen malvadas criaturas siguiendo los designios de un malvado director, un Hitchcock que las hace atacar nuestro campamento y cargarlo de problemas y cuestiones molestas de ese viejo mundo de allá, de más acá, de la oficina, de la conciliación de Supercanal S.A. que tiene que estar si o si para el mediodía, y no estoy ni cerca de haber analizado todo el quilombo de documentos cruzados (y posiblemente duplicados) que tiene este cliente, porque sospecho que la chica que estaba antes hacía todo mal y no le importaba el incendio que dejaba tras de sí, era como Lisbeth Salander mesclada con Maradona, destructiva y descuidada, insensata e inmoral. Tenía muchos quilombos personales, una familia que la había marcado de chiquita y la arrastraba para abajo, y un matrimonio apresurado y muy probablemente no correspondido por la llegada de un niño, Mateo con una sola T, pero igualmente, no se justifica, me parece, tanta maldad, tanta indolencia.

En un segundo casi que se va todo al demonio y empiezo a ponerme nervioso, así que me empujo con un suspiro que me levanta de la silla y me acerco a la ventana a ver como circulan los autos, la gente que camina por la calle yendo al trabajo, el sol que asoma, el compás del semáforo que marca la marcha de esta sinfonía mañanera. Los sonidos de la calle llegan filtrados y apagados por el vidrio reforzado, pero en este marzo caluroso está lindo para abrir un poquito, así que libero la traba y la ventana se levanta empujada por una ráfaga de viento, que trae consigo también los ecos de las vidas de las personas de afuera. A su vez esto se mezcla con el canto de John Denver y su “country road”,   y yo exhalo con otro suspiro un poco más de mala onda.

Con la cabeza más dispersa vuelvo a sentarme mientras tarareo (“take me home, to the place, i belong…”). Abro el correo, y por suerte no encuentro nada importante que pueda complicarme más la mañana. Solo el recordatorio en el calendario de esa maldita reunión con unos tipos de Colombia, creo, que quieren implementar un nuevo sistema no sé para qué, y lo peor es que realmente a nadie le importa, ni siquiera a la insoportable de la jefa regional encargada de cumplir con los plazos establecidos para este proyecto, pero rompe las bolas a todo el mundo para hacerlo (aclaremos que solo se queja y manda al frente a gente inferior, no ayuda absolutamente en nada).

De a poco caen los demás compañeros, V y G, que me avisan que A va a llegar más tarde, y por ultimo Y, que siempre llega al último y con cara de dormida y voz ronca. También los veo pasar a Ez y a F y los saludo desde mi silla. Queda el espacio vacío de E, que renunció hace una semana porque consiguió un laburo donde le daban un aumento por ajuste de inflación, cosa que acá seguimos esperando. Ah, también eran menos horas, las cuales ahora usa para dormir la siesta.

Después de unos buenos días mucho más amigables y elocuentes que los míos, algunos se van mirando entre sí con una cara de “esta música de velorio otra vez…” así que tengo que cambiar de melodías. Me piden cosas más bailables, cumbias, regetones, algunos hits radiales, y a mí me gusta musicalizar así que trato de complacer a todo el mundo, y no me quejo, de paso aprendo de géneros que no conozco tanto. Hasta hace poco teníamos una compañera (boluda total) que llorisqueaba porque poníamos “música popular”, se hacía la ofendida y ponía cara de asco como si le acercasen un sorete de perro a la cara. Toda molesta y refunfuñando, se ponía auriculares y tarareaba, queriendo dar la impresión de que estaba escuchando música de enserio y lo estaba disfrutando muchísimo, y trataba de que todos la escuchemos y nos demos cuenta que era una persona de gustos refinados, distintos a la chusma. Realmente hay que tener mucha paciencia con este tipo de gente, porque es para romperles la laptop por la cabeza y por si quedó algún rastro de vida en esa carcaza estúpida donde reside esa personalidad odiosa, agarrarla de los pelos y tirarla por la ventana. Pero como soy un ser amable y bondadoso que cuida de las criaturas del señor y vela por su bienestar, hacía oídos sordos a ese arrebato de idiotez y seguía con la mía. Soy un hombre pacifico, no me juzguen, al menos no antes de llegar al final. O háganlo si quieren, no me importa.

A pesar del clima tenso que se vive últimamente, los pibes le ponen una onda terrible y la pasamos bien, a pleno con el mate y la música, sopesando el hecho de estar acá encerrados todo el día. Es más, en el transcurso me enseñaron mucho de mí mismo que no sabía, y aprendí mucho de ellos y de la forma de ver el mundo de gente más normal, sin tantas vueltas. Fue como descubrir una puerta secreta a un universo de detalles y relieves en las cosas cotidianas que había en lugares comunes, y me di cuenta que siempre había tratado de alejarme de todas esas cosas sin estar enteramente consiente de lo que ello significaba. De esta forma, venciendo muchos prejuicios, abriendo un poco esta cabeza tan dura que me caracteriza, me puse al día con temas del repertorio cotidiano, como usar los smartphones, discutir las ultimas peleas en Intrusos, las nuevas y viejas cumbias y todas esas gracias de la vida terrenal que siempre rechacé.

Hace años que estoy desilusionado de la humanidad, tristemente viviendo rodeado de seres detestables que hacen horrible la existencia y destruyen el planeta mientras se destruyen también a ellos mismos. Canté a todo pulmón esa canción de Pez que dice “y cuando ya no quede ni un hombre en este lugar…”, y hasta me asocié a una agrupación llamada VVAM que propone dejar de procrear y eliminar voluntariamente la raza humana. No tomé esta posición por gusto o placer sino por la fatalidad que significa ver y vivir todos los días ineptitud y corrupción, por la recopilación de una cantidad insoportable de información nefasta, por los constantes desengaños de personas cercanas a mí, que exigen constantemente pero luego te traicionan sin el mínimo dejo de culpa. Sin embargo últimamente, en el contacto con esta gente buena, simple, amigable, volví a ver con otros ojos a la raza humana, me alejé un poco de esa posición radical y volví a reír con pequeñas cosas sin tanta mala sangre, y aunque la esperanza sea poca y luz al final del túnel sea solo un fino hilo entre la negrura, podemos asirnos de ello para continuar lentamente nuestros días.

Ahora ya soy uno más del grupo, y se sienta bien, es algo que no me pasaba desde la secundaria y de aquella matanza de pseudoamigos allá por marzo de 2007. Nos contamos chistes y hacemos bromas, nos ayudamos con los temas del laburo como un equipo, y hasta nos preguntamos por la familia y nos contamos cosas personales (hace poco festejamos entre todos que el hijo adolescente de S pasó de grado luego de transpirar la camiseta todo el verano), y hacemos que el día pase de manera divertida, entre tanto número y línea, entre todas esas formalidades que alguien dijo que deben ser parte del trabajo serio y eficiente.

Hoy será un día extraño, porque después de la oficina vamos a ir a tomar algo por ahí, y siempre que hacemos algo de noche con alguien que no sea M me empiezo a sentir raro, casi incómodo.

Desde que tengo memoria nunca me gusto salir a la noche. ¿Porque? Supongo que porque hacia frio y me daba fiaca estar en otro lado que no fuese mi cama, cálida y confortable, con un delicioso libro en la mesita de luz bajo la suave lumbre del velador. También se debe a que nunca me interesaron desesperadamente las mujeres como a los otros chicos de mi edad. Si conseguía algo, bienvenido sea, porque yo también tenía esas hormonas descontroladas y esos ojos que miraban ansiosos como se movían aquellos cabellos tan misteriosos y esas curvas que mis manos desconocían, pero tenía otras cosas en la cabeza, otras inquietudes, otras prioridades.

Lo cierto es que a los quince años y de ahí en adelante siempre me parecieron muy estúpidos todos los pibes y pibas que me rodeaban. Persistentemente puse el foco no en la joda sino en los valores esenciales del ser humano, y darle respuesta a las famosas preguntas básicas de la filosofía, cual es sentido de la vida, porque existimos, a donde vamos cuando morimos, que es el espíritu, el alma, que es dios, como lograr una conexión con dios, como lograr la trascendencia. Parece casi demasiado noble y heroico, pero así eran mis tardes de joven.

Como para seguir agregando argumentos, está mi vieja teoría de la falsedad, que se basaba en la premisa de que todo el mundo cuando sale de noche trata de engañar a los otros comensales, poniéndose su mejor ropa, maquillándose, peinándose lo más canchero posible, y peor aún, sacando a relucir esa personalidad avasalladora en la que se visten todos antes de salir, una especie de “hoy la rompo” que hace creer a la persona que tiene que demostrar ser carismático, gracioso y atractivo todo el tiempo. Una reunión con 50 personas en esa modalidad, se podrán imaginar, simplemente no podía soportarlo. Todo el tiempo mirando desde afuera, examinando actitudes y gestos, siendo siempre a las 4 de la mañana el único sobrio y sin pareja, aburrido, esperando que alguien me hiciera la gamba para tomarme un remís y poder finalmente volver a mi cama. Casi que me dan nauseas mientras escribo todo esto, ¡como odio a esa gente cuando están así de creídos!

Ah, también me olvidaba de que siempre me pareció patética toda la cultura del ponerse en pedo, tan vacía, tan sin sentido, que es un poco lo que buscan jóvenes vacíos y sin sentido, pero yo nunca pude hacer que entrara dentro de mis parámetros. Sin mencionar que aparte era tirar todos los fines de semana 200 pesos a la basura, que para quienes no teníamos un peso partido al medio era mucha plata.

Creo que hice un buen resumen de las cosas que se me cruzaban en la cabeza aquellos días en que cuando me preguntaban si quería salir, yo dejaba pasar unos segundos en el teléfono y decía “eeehh mmm, no, está bien, vayan ustedes, yo no tengo ganas”. Sin embargo, y pensándolo ahora que paso un tiempo considerable, todas esas teorías antisociales que tenía de joven me privaron de tantas noches de diversión y descontrol que ahora me da un poco de nostalgia. Solo un poco.

Así que hoy salimos de nuevo y todas esas ideas vuelven sin que las llame y se ponen a dar vueltas en la calesita de mis pensamientos, haciéndose las disimuladas pero mirándome, esperando saber que voy a hacer con ellas esta vez.

Me hago problema por cualquier cosa porque son situaciones a las que no estoy acostumbrado, y aunque trato de ponerle buena onda a la luz de una nueva postura que estoy tomando, las cosas no se me hacen fáciles. Hasta la ropa que me tengo que poner en un día así me genera problemas. Yo siempre prediqué (y practiqué) la teoría de que la estética personal nos consume una cantidad de energía tremenda, como un celular que tiene todo el día prendida la opción de WIFI y busca todo el día conectar con distintas redes, pendiente de todo, reflejándose en lo que los otros piensan de él. Entonces busco evitar darle importancia a mi propia imagen y a la sombra que proyecta. Desde hace ya mucho tiempo evito los espejos, los uso lo mínimo indispensable como para camuflarme entre la gente y no causar aprensión entre las personas que me rodean.

Siempre detesté el gimnasio y todo lo que rodea ese antro de musculosos metrosexuales, ese templo pagano de los adoradores del ego, porque aparte de dedicarse exclusivamente a potenciar la importancia de la imagen personal, se basa en darle total importancia a lo más transitorio que tenemos, que es nuestro propio cuerpo. Por eso a veces cuando M me dice que podría ir al GYM me enojo tanto, porque siento que no me está entendiendo, que estamos caminando por sendas que tal vez se estén separando y me genera mucho dolor, todo ese dolor que sabría que sentiría desde el momento en que me comprometí con ella. Porque el amor es dolor, no hay otra forma de explicarlo mejor. La vida es un camino solitario, y comprometerse a otra persona es arrojarse a un destino melancólico, y abandonar el deber (love is the death of duty, dice el maestre Aemon). Nunca podrá entenderme, nunca podré entenderla, y es tan jodidamente insoportable pensarlo.

También odié a todos aquellos que se desviven por vestirse bien. Gastan dinero, y aun peor, sus recursos espirituales en revestirse de ropas estilizadas, modernas, llamativas, tratando de atraer las miradas, de anunciar su llegada, haciendo ruido donde debería haber silencio. Para mí todo eso no demuestra otra cosa que debilidad, emocional y espiritual, de una persona que no es autónoma, no se vale por sus propios medios, no confía en sí misma, sino que necesita engrandecerse con ropajes para construir algo que no es, algo mejor de lo que cree que es.

Casi en consecuencia, como una forma de protesta, me dejo el cuerpo flaco y deslucido, me visto con ropa vieja, zapatos gastados, me dejo la barba desprolija y los pelos al viento. Y soy libre, soy feliz de no estar sometido a las leyes de la estética, no me esfuerzo por dar esta imagen, ya es una batalla ganada, así que simplemente me pongo lo que tengo a mano y salgo, no me importan las miradas de los demás. Aunque a decir verdad me divierte este juego paranoico, y en algún momento de mi vida tal vez lo juegue como forma de evitar el aburrimiento, para molestar, para confundir, como los Babasonicos, que siempre andan jugando con la estética y con la imagen que dan de sí mismos, me parece tan gracioso como se visten, como con los años van cambiando de onda y nadie parece darse cuenta. En una época Dargelos se peinaba con alisado de tal forma que parecía una mujer (dios es una mujer de piel negra); ahora se visten con un estilo soberbio y vanidoso, como tipos de negocios, pero no parecen ejecutivos de Buenos Aires, más bien dan un aire de mafiosos mexicanos u orientales,  de Hong Kong o Seúl (japoneses no porque esos no son excéntricos, son puros trajes negros y lentes de sol, una versión samurái made in siglo XX).


Pero basta de tantas explicaciones. Creo que va a ser una constante en este relato, vueltas y más vueltas sobre un tema, tratando de desenredar una madeja de lana pero embrollandolo todo cada vez más, hasta que llega un punto que nos preguntamos para qué era que estábamos necesitando esa lana. Es la manera en que funcionan mis cavilaciones, así que vallase acostumbrando.

El día continúa. El resto se empieza a acomodar y empiezan los primeros diálogos que me hacen olvidar completamente todas estas nociones confusas. G trajo un bizcochuelo que preparó ayer a la tarde para sus hijos y como no son de buen comer sobró un poco bastante. Mientras lo probamos repasamos las nuevas novedades del mundo de la farándula y el deporte, y yo tengo a quien preguntarle cómo le fue en el torneo de Vóley o esa reunión familiar que prometía ser problemática. Solo falta A, la jefa de sector, que viene más tarde, lo cual me hace sospechar un poco. Últimamente no la veo muy bien, anda algo nerviosa, muy atareada, y los malditos regionales la ponen en aprietos todo el tiempo de manera innecesaria. Ojala pudiera ayudarla, pero nadie puede. A veces en la vida hay ciertas situaciones en las que cada uno se ayuda solo.

Me llega un correo avisando que la teleconferencia que tenía a las 10 con tipos de otras sedes se pospuso otra vez. Una buena! Lástima que acá todo se dilata, nada se concreta, y todo lo que queda dando vueltas nos va cargando el paisaje con excesos, obstáculos que van opacando una imagen que debería ser limpia y despejada, como una habitación blanca sin muebles.

Claramente hay falta de dirección en esta empresa. El ultimo Country Manager desapareció de la faz de la tierra hace 9 meses, al anterior lo echaron por corrupto, y ahora contrataron a un tipo que está tan perdido que hasta nos da lástima. Se lo ve deambular por la oficina sin rumbo ni propósito, todo el tiempo se refugia asustado en su despacho. Pero no me voy a preocupar por eso.

Mientras escucho Dady Yankke, Limbo (un tema que me sorprendió, que potencia tiene. Que ciego estuve, rechazando tanto tiempo estas cosas, sin poder apreciar al menos la parte graciosa) hago un retrato de mí mismo:


Al terminar el dibujo lo miro y noto que tengo una expresión rara.

Es que hoy salimos y no sé qué va a pasar. Me da incertidumbre saber cómo me voy a comportar en ese tipo de situaciones. Casi me da ganas de cancelar repentinamente y volverme a casa, donde estoy a salvo, donde no pasa nada. Pero son solo ocurrencias de cobarde, no debería darles cabida.

El sol se va apoderando del cielo tiñéndolo de un celeste cada vez más fuerte y uniforme. El día se acomoda como un vaso con tinta que luego de que lo sacudan se va asentando, su superficie se hace lisa y plana, y los sedimentos se van adecuando en el fondo y en el medio según su densidad. La música calma las bestias y bajo estos ritmos que aprendí a querer encuentro nuevamente el silencio en mi río turbulento.

El pueblo pide a gritos ese brebaje sagrado para deglutir la preparación casera de G, y yo ya estoy de ese humor neutro necesario ponerme el traje de sacerdote y repartir el cáliz divino que le da ese gusto único a todas nuestras mañanas. Voy a hacer unos mates.



(Capitulo extraído de "Callejon sin salida - La historia secreta de un dia", Novela inedita, publicada en capítulos en este blog. Cristian Rovere, 2014, ©)

martes, 17 de junio de 2014

Haiku Encadenado - Una persona Lejana


El primer momento
El big bang de todo este torbellino
Fue una decisión que no entendí

*

People is so different
So weird
So inentendible

*

Aqui comienza el haiku encadenado
De mi mirada perdida
Y el sangrante kingdom of gold

*

Un pequeño relato
De George R.R. Martin
Me dio mucha ternura

*

Exquisitamente relatado
Todos sus tiempos
Estaban en orden

*

Cada personaje, cada hoja de árbol
En su lugar estaba
Y la luz pasaba entre sus cuerpos

*

El pequeño infierno
De un personaje inventado
La luna, suspendida, se tensó

*

Temo seguir leyendo
Y que el desastre se desate;
Pesa sobre mí una carga

*

El mal se cierne
Sobre el dulce cuello
De un niño inocente

*

El sol despunta, igualmente,
En el silencio de todos los cuerpos
Inevitable, en su elemento.



Reflexiones etico-filosoficas


Si pudiendo ganar dinero,
No lo hago,
¿estoy perdiendo dinero?
¿o nunca lo gané?

*

Si pudiendo hacer algo bueno,
No lo hago,
¿estoy haciendo un mal?
¿o simplemente no evité el mal?

*

Si pudiendo evitar un mal,
No lo hago,
¿estoy haciendo un mal?
¿me estoy interponiendo al bien?