7.16
Me siento en una mesa solitaria del Starbuck’s de Bouchard y Tucuman. Es la
primera vez que realizo un experimento voujerista deliberadamente. Otras veces
observe gente sobre la marcha, espontáneamente, como por ejemplo cuando viajo
en el colectivo mirando las ventanas de los edificios y casas tratando de
pescar a alguna persona en su casa haciendo cosas con la ventana abierta, o
cuando de repente empiezo a seguir a alguna persona por un par de cuadras, pensando
en sus cosas, en lo que tiene en la cabeza, en sus planes, en lo que tiene que
hacer ahora, pero siempre es cosa del momento, nunca planeándolo como hice hoy
a la tarde, esperando mis próximas victimas como estoy haciendo ahora. Dios no
lo quiera, pero tal vez sea el principio de un vicio o una enfermedad mental.
Me ubiqué en una mesa redonda y pequeña que, solitaria y sin sillas, estaba
justo en línea recta a la puerta del hotel alojamiento que me propuse observar,
casi aguardándome como una amante celosa que mira para todos lados nerviosa,
esperando que llegue el que hace trampa con ella, el que la usa como un objeto,
el que le miente pero le gusta. Todo en orden, luz verde, y ese visto bueno tan
necesario cuando uno se propone algo y no está seguro si está bien y duda en
seguir.
La mesa está ahí para mí, el hotel está ahí para ellos, y solo tengo que
empezar. Pido una silla de la mesa de al lado, en donde hay dos oficinistas nerds
con laptops hablando de negocios, me acomodo y tomo lentamente este café asqueroso
con gusto lechoso y acartonado, y dejo que vengan a mí las parejas enamoradas
en busca de fuego, desesperadas, ignorando que son míos, que su historia no es
más un secreto sino que son los actores de una telenovela de no-ficción que
mantiene en vilo al mundo entero. Y es que en realidad no buscan fuego, porque
lo llevan encima, están encendidas como ascuas en la fría noche, dependiendo de
su calor para sobrevivir, y lo que buscan es sosiego, agua fría, alivio,
sacarse esa carga de tensión para poder vivir algunos días más.
7.17
Degustando en silencio el “café” (o esta mezcla química de elementos
industriales con sabor “a”) analizo con detenimiento todo el movimiento que
acontece a lo largo de la cuadra, soy un sabueso en busca de una pista, de
cualquier rastro que indique actividad inusual, de miradas fugitivas en la
oscuridad, de pasos apurados que buscan pasar desapercibidos.
El reloj dice que son pasaron algunos minutos después de las 19, pero el
reloj vital de la ciudad dice otras cosas. La gente que se vuelve a su casa
después del trabajo ya se descomprimió desde las 18 hasta las 19, y ahora se
ven otros rostros en las calles, gente que va a hacer cosas determinadas, no
son movimientos azarosos; el turista ya está en el hotel preparándose para la
cena show de tango, el oficinista se desmaya en su sillón con un cacho de pan
con queso en la boca, las amas de casa preparan la comida. ¿Y el resto? Eso
mismo voy a averiguar. Las almas que deambulan a esta hora no son rutina, son
aventura.
Siento con una delicadeza suave el instante de calma antes de ese momento
súbito donde los hechos finalmente se desenlazan y el misterio se agita y
desaparece. Palpito la situación inminente, saboreo los segundos como Proust a
esa magdalena, me reclino en la silla y espero.
Hasta que de repente las veo. Mis primeras víctimas. El tiempo parece
detenerse en sus cuerpos. Le puse stop a la imagen y tengo todo el tiempo del
mundo para inmiscuirme en sus secretos, en los detalles de su amor.
Una pareja de chicos jóvenes se besa apasionadamente en la puerta de Trianon.
Se agarran, se manosean, se besan, luego se dicen cosas al odio. Afuera sopla
un viento impresionante que hace que vuelen sin parar hojas de los plátanos que
están sobre Bouchard, parece casi un tornado y hace mucho frio, pero casi puedo
escucharlos susurrar. Están pensando si entrar o no. Finalmente, luego de esos
instantes deliciosos de duda, se van caminando rápido hacia Viamonte. Parece
que él no pudo convencerla que falte a la facu. Se va a quedar caliente.
7.19
Mientras aguardo con ansiedad que la trampa de oso que puse en la puerta
finalmente se active y agarre a dos confabuladores, estudio el movimiento de la
cochera del hotel. ¿Quién la controla? ¿Quién la abre y la cierra? Siempre
parece estar lista cuando un auto o camioneta interrumpe su recto rumbo por la
calle y vira a la derecha entrando secretamente a ese negro túnel cual
batimovil a esa baticueva entre los matorrales, cruzando la cascada, sin ser
visto por nadie.
Veo por primera vez entrar un auto. Es un gol, o algo así, es un auto chico
(siempre fui malísimo con las marcas de los autos, de lo cual siempre estuve
muy orgulloso). Atrás de ellos, como envalentonado, entra una especie de
minicamioneta, tipo Ecosport, negra, o más bien gris. Veremos cuanto tiempo
tardan en salir.
7.21
Se abre el portón. Un no veo salir a nadie, pero espero. Me pregunto cuanta
gente estará ahora mismo arriba. Miro la estructura del edificio y reconozco
una configuración de dos habitaciones frontales por piso por las dos ventanas
medianas cubiertas de cortinas que hay alineadas sobre la pared de pintura
gris. Hacia arriba no cuento más de tres pisos. Lo que me faltaría saber es
cuantas habitaciones más hay a lo largo, pero no debería haber más de 4.
Me imagino las parejas cruzándose en los pasillos, luego de hacer y
escuchar ruidos por todos lados, pensando si te escucharon o si serán aquellos
desaforados que se sentían al lado. Momento incomodo, aunque divertido, si se
tiene el humor.
7.22
Acabo de pescar a la primera pareja que se anima a entrar por la calle,
caminando. No entiendo porque deberían “animarse” en vez de simplemente hacer
el amor como, en donde y con quien quieran. Pero la sensación que recibo es
esa, como de delito, un salto por encima de la cerca de la moralidad, pasando
al lado oscuro, al lado prohibido. Esta sociedad (en realidad cualquier sociedad)
pone cercos por todos lados, nos restringe, nos obliga a andar saltándolos. Los
más atrevidos los derriban a patadas y crean nuevas zonas liberadas, nuevos
prados donde no hay reglas y todo vale igual, aunque atrás viene la policía de
lo correcto y las buenas costumbres a arreglar los cerquitos y poner nuevos,
lustrados, pintados de un blanco inmaculado, con carteles de “pintura
fresca” y “no traspasar”.
Ahora que los veo bien recuerdo haberlos visto hace cinco minutos,
caminando despacito por la cuadra, como pensando. Tímidos los dos, agarrada
ella del brazo de él, caminan lento, se ve que la decisión de hace dos minutos
se hace flan en la entrada. Finalmente, luego de aminorar la marcha cerca de la
puerta, se animan a subir los tres escalones que conducen al umbral. Los veo
entre las plantas y el vidrio borroso hablar en el mostrador. Nailed it.
7.24
Sale finalmente una camioneta nueva de la chochera. ¿Tres minutos tardaron
en subirse al auto y salir? ¿O se estaban despidiendo en la puerta del auto y
esa despedida se hacía difícil, larga, volvemos a entrar, no, no puedo, dale
solo un ratito, no te dije que tengo que estar en casa antes de las 8? La
camioneta la maneja un tipo solo, un viejo canoso, trajeado. Raro. La amante habrá
salido hace media hora para que no los vean juntos, o todavía sigue adentro.
No conozco de estas mañas, así que cada actitud es un mundo nuevo para mi
atención hiperactiva. Ahora no voy a descansar a hasta ver a esa mujer salir.
Le acabo de poner el cartel de buscado, y soy un sheriff implacable, no tengo
compasión. Sin olvido ni perdón. Clint Eastwood un poroto al lado mío, tengo el
sentido del deber grabado a fuego en la piel, tengo a Sherlock Holmes en la
sangre. ¿Y si sale en otro auto con vidrio polarizado? Debería poder verla
desde el vidrio frontal, pero no será fácil.
7.30
Sale una pareja. Es la primera que veo salir a pie. No salen de la mano.
Ella se adelanta, lo deja rezagado. Él la sigue de atrás, cabizbajo. Se van
caminando y de repente hace mucho frío. Los pierdo cuando un colectivo me
obstruye la visión, porque justo para el semáforo y cuando pone verde y el
colectivo se va, ellos ya no están. Eran jóvenes, alrededor de 25 años, 28 tal
vez. ¿Porque no salieron contentos? ¿Alguna palabra equivocada, algún destino
que toma caminos separados?
7.33
Entra otra pareja caminando. El de traje, ella también ejecutiva. Parecían
rondar los 35. Me suena una escapada de oficina, por la ropa, y porque vienen
caminando. Medio distanciados, tal vez para evitar ser vistos juntos por algún
colega. Él va medio desganado. ¿Qué clase de arreglo tendrán? ¿Será ella la
jefa, será él un gerente en ascenso? Me muero. No creo en esas cosas porque no
me entran en la cabeza. Pero pasan.
7.34
Veo entrar otra pareja. Es la tercera que entra caminando, la cuarta en
total, en los 20 minutos que van del experimento. Esta vez fue especial porque
los vi, les saque la ficha apenas los sentí llegar. Los intercepte en la
esquina y ya supe que iban a entrar. Se nota que no eran ofinistas ni gente de
plata, por cómo van vestidos, informales, ella con un morral, el con una
mochila negra, jean gastado los dos. Iban cuchicheando, agarraditos de la mano,
enamorados, calentándose, luchando contra el frio; iban riendo,
descontracturados, eran jóvenes, no más de 23 años, estarían algo nerviosos
pero no mucho, estaban con ganas de entrar rápido.
7.37
Entra una camioneta gris. A pesar de que no eran vidrios polarizados, no
llego a ver a los tripulantes. No tengo mucho ángulo para ver de frente la
entrada de los autos, pero si acceso directo a la puerta frontal. Sin embargo,
es justamente esa aura de secreto y temor la que hace que entre más gente en
auto que caminando. Pero hay algunos que se mandan igualmente, pintó y buscaron
un lugarcito cercano y adentro.
7.40
Entra un auto blanco, un Neon. Este si lo sé. Fue el único auto de los que
veía pasar por la calle que me gusto lo suficiente como para interesarme y
preguntar que marca era.
Es llamativa la cantidad de gente que va circulando, entrando y saliendo de
Trianon. Debe ser un buen negocio poner un lugar así. Y sería definitivamente
divertido y entretenido. Sería el poseedor de un montón de secretos de la
gente, peleas, discusiones, aventuras, romances prohibidos. También conocería
las tendencias y hábitos en la materia, las voluntades ocultas de los
habitantes de la zona.
Conocer los secretos de alguien es tener acceso a un lugar preciado para
este, algo que le importa preservar, mantener a salvo. De esa manera podes
saber una parte trascendental de su forma de ser, de su identidad, de sus
necesidades. En psicología, que es la ciencia que estudia la forma de pensar de
las personas y los sistemas identitarios, el 90% se habla de sexo. Así que ser
dueño de un lugar así sería como conocer la verdad de la sociedad. Me pregunto
si hay estudios sociológicos al respecto.
7.42
Sale una pareja caminando. Él de traje, 45 años aproximadamente, tenía el
pelo engominado, parecía ser algún tipo de gel. Eso me da la pauta de que es un
tipo que tiene muy calculada la imagen que quiere dar de sí mismo. Machista.
Con estas cosas no suelo equivocarme, es como un don que tengo.
Ella también rondaba los cuarenta. Salieron riendo, el dominador y ella
algo tímida, con la cabeza gacha. ¿Temería que la reconocieran? Parece
solamente pensar en irse de ahí cuanto antes, está cargada con una especie
tensión nerviosa. Me dio la sensación de que eran amantes, y de que ella cagaba
a su pareja que estaría en otro lado, pensando que ella también esta en otro
lado.
¿Tendrían hijos? ¿Cómo hace para mirarlo a la cara? Ella evidentemente
busca algo más, o tal vez se vio envuelta en una situación de seducción de la
cual no tuvo la fortaleza de salir. Cuando pienso en divorcios siempre trato de
repartir las culpas, y agrego también entre los participantes a la sociedad y
su sistema monógamo deficiente. Obviamente es una relación desgastada. Pero
igual me parece raro. Ella estaba contenta pero a la vez avergonzada. ¿Lo querría
al otro también? Tal vez alguna vez, y ahora ya no.
El café se me está enfriando. Encima que estaba feo antes, ahora casi frio
esta repugnante.
7.45
Estoy mirando atentamente la entrada del lugar. Afuera se ve el viento
haciendo flotar las ropas, pelos y carteras de los caminantes, que ponen cara
de fuerza y entrecierran los ojos para que no les entre la ráfaga de aire. Sigo
mirando el frente del recinto, como nadie vive ahora por la implacable calle
miro para arriba a ver si encuentro algún rastro de actividad. Las ventanas
están todas bien cerradas y herméticas, con unas cortinas oscuras que no dejan
ver nada. Recién vi que alguien corrió la ventana y volvió a cerrarla. No alcancé
a ver ni la mano, que lastima.
7.46
Salió una pareja. El de traje (otro oficinista, casi sin duda decreto que
son el público principal de este complejo, los que lo abrieron, los que lo
mantienen vivo), joven, rapado, de buen porte. Hay olor a gimnasio, y sabemos
lo que eso significa. Ella bonita, flaquita, vestida de jean y remera de manga
larga, tiene frio, esta desabrigada. ¿No sabía qué hacía frio? ¿O salió rápido,
apurada, y no alcanzó a agarrar nada? No me cierra que haya salido tan
desabrigada en un día así. ¿Qué situación precedió a la salida hacia el hotel? ¿La
habrá obligado a ir desde alguna oficina?
Cuando salieron se besaron y abrazaron en la puerta, salieron contentos.
Pero cuando llegan a la vereda se separan. Ella le dice algo y el levanta los
brazos y los hombros en señal de impotencia o molestia. Se dicen algo y a la
felicidad se la lleva el viento dejándola a ella fría y sola caminando hacia la
esquina de Tucumán, con los brazos bien estirados y los puños apretados, como
haciendo fuerza. Él se va con su saco y maletín hacia Viamonte sin piedad,
ofuscado. Las mujeres son unas hincha pelotas. Y los hombres son todos iguales,
histéricos, señoritos caprichosos, insensibles. A veces parece que los géneros
opuestos están condenados a la incomprensión y la desazón.
7.48
Se abre el portón. Sale una camioneta gris. No llegue a ver a sus
pasajeros. Tampoco la vi entrar. Estarían hace más de una hora. ¿Tan temprano
salieron de la oficina? Gerentes seguramente, esta gente con horario especial,
hacen lo que quieren, y al final los termina consumiendo el puesto y cagan a la
mujer y tratan mal a los hijos.
Se me acabo el café. Necesitaría más, pero no puedo quedarme mucho tiempo,
tengo que estar en otro lado a las 8:30. Tal vez tenga que repetir el
experimento para descuadrar mejor el patrón de comportamiento.
Sin embargo estoy encantado con el proyecto, con esta dulce esencia del
secreto en mis labios. Es como si una abeja hubiese descubierto una nueva flor
que ninguna otra conocía, y que tiene un sabor particular, inusual, sin
clasificar. Me absorbe la idea de apoderarme de algo que para los otros es íntimo
y también vital. Algo tan personal como ir juntos a un hotel a devorarse, a
experimentar algo extremo, a descargar la naturaleza salvaje que la sociedad
parece contrariar y reprimir, y ser yo ser testigo de eso, me vuela la cabeza.
7.53
Entra una pareja de chicos jóvenes. Los vi caminando desde media cuadra y se
podía advertir que dudaban, su caminar no era seguro. Pero estaban los dos
encapuchados y parece que tenían frio (como no tenerlo con este viento), y casi
me da la sensación de que eso los impulso finalmente a entrar, un lugar
calentito en donde estar tranquilos.
Eso y amarse con locura y que ese fueguito que prendieron juntos arda en
una hoguera descontrolada que los envuelva a los dos y los consuma, los haga
desaparecer de este mundo frio y lleno de dolor, y de sus cenizas los haga
resurgir y los devuelva nuevos, unidos en un solo ser. Al menos por unas horas.
8.00
Entra otra pareja caminando. Esta vez no hubo dudas. Él de camisita y bien
formado, mucho gimnasio, casi puedo ver esa expresión seria y confiada de un
tipo que lleva la delantera. Ella menudita, vestida de negro, no llegué a verla
bien. Iban de la mano, a paso seguro, pero de alguna forma se parecía a esas
lecciones de César Millán que enseña que el amo debe guiar al perro por la
calle, debe llevar el mando de la marcha, y así el can se portará bien en esos
difíciles paseos por la vereda.
Él llevaba un bolsito en la mano. ¿Ropa de gimnasio o juguetes sexuales? Ella
iba muy sumisa agarrada de su grueso brazo. Me preocupo. ¿Debería ir a
detenerla? Le van a hacer daño. Odio a los tipos machistas. Por ser de otro
sexo, no puedo imaginarme como es el acto sexual para las mujeres en una
relación vertical. Debe ser casi como un deber, como una tarea que hay que
cumplir, hacer todo lo que él quiere, sin chistar, dejarlo satisfecho, y por
fin, cuando él termine y no pida más nada, ella respira, aliviada.
8.02
Después de casi una hora de ver gente entrar y salir de un albergue
transitorio (como así se identifica a sí mismo el lugar por medio de una
plaqueta discreta en la puerta) es notoria la técnica que se utiliza para el
ingreso/egreso: es un caminar medio distraído, como hacerse el boludo, como ir
caminando tranquila y plácidamente hacia un lugar, hacia alguna tarea o trámite
que se debe realizar con diligencia, y de repente opa! Dónde estoy? Que es
esto? Que paso?! Dónde estamos? Algo así, desaparecer en el acto. Es como
cuando Harry Potter entra a la estación King’s Cross atravesando la puerta
secreta en la columna de la puerta 9 y 3/4; nadie se tiene que dar cuenta que
estas entrado, cuando caminas tenes que actuar natural sin que nadie note que
estas tramando algo, pero de repente no te ven mas, no estás. Nadie te vio
entrar. No existís. Adentro, en esa hora, no sos nadie, es un bache en el
tiempo, un rincón oscuro, una escapada a la vida llena de rutina, familia y
buenos modales. Ahí adentro podes ser lo que vos quieras, lo que te salga ser,
a nadie le va a importar, nadie se va a enterar. Excepto yo.
La salida es aún más llamativa: tenes que emerger como de la nada, pero
esta vez no tranquila y plácidamente, esta vez es como una huida disimulada, tenes
que reaparecer desde otra dimensión y caminar con un ritmo vivo, como si lo
vinieses haciendo hace media hora; hay que evitar rápido el contacto visual de
las personas de la cuadra, y llegar rápido a la esquina para perder a todos los
posibles curiosos. Cuando se da vuelta la esquina se entra inmediatamente en
zona segura, porque la persona que se cruce no sabrá de dónde venimos. Se
camina rápido y con la cabeza algo gacha, como alguien que huye de algo, como
si te hubieses robado algo bien chiquito e insignificante de un tienda y te
queres largar de ahí lo mas rápido posible, y que no te descubran. Curioso,
casi como un delito. Es que ahora que lo pienso, el 80% de las personas que
entraron me parecieron tramposos. Que cochinos.
8.05
Se abre el portón. ¿Quién sale? Un auto blanco. Polarizado. Bien nuevo y
lujoso. No era el Neon. La noche se cierra y los caminantes escasean. El viento
es el amo y señor de la noche, pero desde el otro lado del vidrio, en este
inhumano Starbuck’s cada vez más vacío la escena parece salida de una película
muda, pero entretenida.
8.08
Veo levantarse nuevamente el portón, pero el auto que está por salir se
hace esperar. En los últimos minutos el que maneja la compuerta tuvo más
trabajo que un empleado de Automac. Está saliendo toda la gente que entro a las
6 y media. Pero la actividad no se detiene, salen pero entran nuevos. Haciendo luces
se cola atrás un Mercedes blanco que ingresa rápidamente. ¿Les da tiempo a
limpiar la habitación?
8.09
Justo cuando sigo la salida de un auto azul oscuro, miro hacia arriba y veo
una cortina que se corre. Abrieron el vidrio y también la persiana. Se vio absolutamente
todo. Chismosos y dementes como yo nos regodeamos con situaciones así, me rio,
me desespero, me levanto levemente de la silla para observar bien. Es una
especie de Happy Hour. Un momento de gloria, de vale todo, zona liberada, tengo
que sacar una buena tajada de este regalo.
Lo primero que veo es una mano pequeña atada a un brazo fino y pálido, que despeja
la ventana para que entre aire. Sin embargo no llego a verla a ella, ni a él,
que debe estar acostado en la cama, por el ángulo que tengo solo se ve la pared
del fondo y el techo. Los muros del lugar estaban bien decorados de colores
cálidos, bordo y beige, y luces bajas. Miro inquieto con los ojos bien atentos,
esperando ver a los sujetos, ruego al cielo que no me deje plantado acá,
estando tan cerca. Finalmente, desde el abismo se acerca una joven para
rescatarme de este anhelo. Aparece una chica, bajita, no llego a verla demasiado
bien, tendría unos 28-30 años. Tenía puesta una musculosita blanca. Se apoyó un
segundo con los dos brazos en el marco de la ventana, con la mirada algo
perdida, evidentemente para tomar aire, debería hacer bastante calor adentro.
Sin embargo una ráfaga de viento de afuera le cuenta del frio y del mundo
inclemente de afuera, de esas miradas molestas de la gente. Su aparición fue
fugaz, y cerró rápidamente la persiana.
8.14
Con este último acto me doy por satisfecho. Justo cuando me tenía que ir,
me encuentro con este regalo. Al cerrarse la ventana, me doy cuenta de que la
luz verde que tenía al principio se acaba de poner amarilla. Me doy cuenta de
que el momento cesó. Estuve en el período justo, todo se dio como se tenía que
dar, pero hay que saber cuándo frenar. Igualmente ya me tenía que ir. Redondo.
Justo cuando hago mi última mirada, veo salir al miso auto negro que vi
entrar primero, el de las 7.17. Justo una hora.
(Relato extraído de "Relatos Histericos", Colección inedita. Cristian Rovere, 2014, ©)